jueves, 25 de julio de 2013

Música de cámara. Rosa Regàs.



Título: Música de cámara.
Autora: Rosa Regàs.
Editorial: Seix Barral.
Colección: Biblioteca Breve.
ISBN: 978-84-322-1586-5.
Páginas: 319
Fecha de publicación: Abril de 2013.
Precio: 19 €.



“Somos los dulces frutos del árbol del azar”
(Música de cámara. Rosa Regàs)

“Ognuno sta solo sul cuor della terra
trafitto da un raggio di sole:
ed è súbito la sera.
(Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
transido por un rayo de sol:
y de pronto la noche)
(Salvatore Quasimodo)

Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
(Pedro Salinas. Razón de amor)




A veces, algunas veces, las expectativas iniciales con las que el lector se acerca a una novela consiguen quedar ampliamente colmadas y satisfechas al terminar su lectura. Este es, sin duda alguna, el caso de “Música de cámara” última novela de la gran escritora barcelonesa Rosa Regàs que desde su venerable y octogenaria atalaya vital se ha hecho merecida acreedora, con esta novela, del prestigioso Premio Biblioteca Breve en su edición correspondiente a este año 2013.  Tengo que confesaros que tenía mucho interés por leer esta novela. En primer lugar porque he seguido, casi en su totalidad, toda su producción narrativa y ya era conocedor tanto de su manera de narrar, como de su delicadeza y belleza expresiva, que desde siempre han conseguido cautivarme (aunque, evidentemente, y al menos esa es mi opinión, su carrera literaria tiene algunos altibajos). Otra de las razones que me atraían a su lectura es la solvencia del Jurado que ha concedido este galardón, con autores de peso y de una contrastada solvencia literaria y artística como José Manuel Caballero Bonald, Pere Gimferrer o José María Guelbenzu, entre otros. Ya a la vista de estos nombres, en especial de los dos primeros que son unos grandísimos poetas, intuía que la novela sería un canto a la lírica y a la sensibilidad artística como, de hecho, así ha sido. “Música de cámara” es una novela de una gran riqueza artística y literaria que, en lo que a mí respecta como crítico, me ha permitido disfrutar lo indecible porque su riqueza se presta a un profundo y exhaustivo análisis literario. Rosa Regàs nos propone en “Música de cámara” un canto sereno a la melancolía, al recuerdo, a esa nostalgia intangible que cala en el ambiente y ase, firmemente, a los personajes. Posteriormente, y a lo largo de esta reseña, en la que intentaré ser lo más sistemático posible dada su riqueza analítica, intentaré ir desbrozando las líneas fundamentales, las piedras angulares sobre las que se sustenta toda la rica arquitectura literaria de esta obra.




Antes de adentrarnos en el análisis crítico, propiamente dicho, de la novela “Música de cámara” de Rosa Regàs, y siguiendo el esquema metodológico habitual, creo que lo más conveniente, llegados a este punto, sería pergeñar, someramente eso sí, un esbozo de su sinopsis argumental, para situar al eventual lector de estas páginas en el texto objeto de estudio.




“Acompañada de su tía Inés, una viola y una maleta llena de recuerdos, Arcadia vuelve a Barcelona en 1949.Hija de republicanos exiliados en Francia, se refugia en su pasión por la música para sobrevivir en el ambiente opresivo de la posguerra. Un día conoce a Javier, un prometedor estudiante de Derecho que pronto se convertirá en el centro de su vida. Con todo pueden y a todos se enfrentan para llevar adelante su relación, hasta que la personalidad libre y rebelde de Arcadia se convierte en un estigma social que sella sus destinos.


Música de cámara es la historia del amor de dos jóvenes que pertenecen a dos mundos no sólo distintos, sino contrarios. Y es, también, la historia del desencuentro entre los dos amantes, en el otoño de 1984, durante una larga noche en la que se adentran en una turbadora y lúcida reflexión sobre los años transcurridos”




Uno de los puntos, ineludibles a la hora de estudiar “Música de cámara”, sin duda alguna, sería el análisis de la estructura dramática de la novela. Rosa Regàs muestra un dominio absoluto de la técnica literaria en esta obra narrada por varias voces, con la evidente finalidad de dotar de profundidad y perspectiva al texto. No me atrevería a decir que “Música de cámara” es una novela “coral”, por seguir la analogía musical, pero sí una texto narrado desde diversas perspectivas. La obra, formalmente, está estructurada en dos partes. La primera es bastante más extensa que la segunda y, por otra parte, su técnica expositiva es bastante diferente. Si nos detenemos en el análisis de ambas partes, de un modo independiente, comprobaremos el acierto y la sabiduría de la autora a la hora de elegir ambas técnicas narrativas poniéndolas al servicio de la acción dramática con una finalidad claramente reforzativa. En la primera parte (que abarca un arco temporal que va desde 1949 a 1960) la autora opta por una narración lineal y dejando, en cada capítulo, la voz narrativa (en 1ª persona y no omnisciente) a los diferentes personajes de la historia. En mi opinión este aspecto es uno de los mayores aciertos técnicos de la novela, porque dotará al texto de ese perspectivismo que nos va a permitir abordar su lectura desde distintos puntos de vista. Pero en este virtuosismo narrativo que nos ofrece Rosa Regàs, la elección de los personajes que tomaran el lugar del narrador está hecha con una “intención” que ineludiblemente nos arrastrará hasta el clímax narrativo, contenido eso sí, con el que finaliza la primera parte. Este conjunto armónico y delicado está sustentado en una cuidada elección, en cada momento, de cada voz narradora con una muy meditada intención dramática. Cuando avanzaba en la lectura de “Música de cámara” tenía, efectivamente, la impresión de hallarme ante una obra de cámara llevada “transliterada” en texto literario. Porque las diferentes voces de los personajes se integran en un conjunto armónico que “suena” perfectamente afinado. Las voces narrativas que aparecen son la de Arcadia, que actúa a modo de primer violín, secundada, más bien diría acompañada, por las voces narrativas de Javier y de sus padres, de Dalmau Rovira, ese sacerdote ultra ortodoxo y de Toni Puig. La segunda parte transcurre en una noche del año 1984 (veinticuatro años después de donde terminó la primera parte). Esta segunda parte está estructurada en varias “secciones”. La primera sección es puramente narrativa y de una belleza, un refinamiento y una sensibilidad que, personalmente, me ha encantado. A continuación Rosa Regàs nos plantea dos secciones en forma dialogada entre los protagonistas, pero sobre este tema me extenderé un poco más adelante. Llegados a este punto me voy a permitir una breve digresión para contestar algunos correos, que algunos amables lectores de este blog han tenido la gentileza de remitirme, agradeciéndome las explicaciones técnicas a la hora de analizar las obras literarias. Pienso que el conocimiento de la técnica, en cualquier rama de las artes, resulta imprescindible para valorar y así poder “paladear” las obras de arte. En cierto modo, todos estos detalles técnicos que analizo tienen la finalidad de ayudar a “disfrutar” al lector de un texto literario, no sólo valorando si la historia nos ha gustado o no, que sería una reducción muy simple, sino reparando en los recursos que el artista pone en liza para convertir la narración de esa historia en Literatura.




Comencé este análisis hablando de la garantía que me ofrecía “a priori” que el Jurado que otorgó este premio estuviese integrado por dos grandes escritores y poetas. Y efectivamente “Música de cámara” es una novela con una gran carga poética que sublima, con esa hermosa prosa, esta historia de melancolía, de incomprensión, en definitiva de una nostalgia que terminará, poco a poco, atrapando también al lector. Os tengo que confesar que ha habido bastantes momentos en que la autora ha conseguido emocionarme con su relato. Sin duda alguna por la carga emotiva de la narración, pero también por su delicadeza y por esa prosa ubérrima y tan llena de imágenes y resonancias. Rosa Regàs al comienzo de cada capítulo nos deja algunos versos de algunos de nuestros grandes poetas. En algunos casos esos versos contienen ese germen poético del sentido del capítulo. No puedo dejar de citar el verso que aparece en el primer capítulo de D. Antonio Machado, por su gran valor simbólico y cómo ese verso ya nos marcará todo el tono de la novela: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Para comprender la importancia de este verso en el tono de la novela, que por cierto tantas controversias filológicas ha deparado y seguirá deparando, no me resisto a contar, brevemente, su génesis. Cuando la ciudad de Barcelona ya estaba a punto de ser tomada por las tropas “nacionales”, a finales de enero de 1939, D. Antonio Machado ya muy enfermo y envejecido consigue salir de la ciudad junto con Joaquín Xirau Palau, gracias a una ambulancia que les facilitó José Puche Álvarez, a la sazón Director General de Sanidad. Después de muchas penalidades consiguió cruzar la frontera y llegó a Colliure (Francia) el 28 de enero, falleciendo el 22 de febrero en el Hotel Bugnol-Quintana. Tres días después falleció su madre Dª Ana Ruiz. En un bolsillo del misérrimo abrigo del poeta solo encontraron un trozo de hoja con un solo verso: “Estos días azules y este sol de la infancia”.




Rosa Regàs nos muestra en esta novela, una vez más, su facilidad para la creación de los personajes y para dotarles de vida y profundidad. En “Música de cámara” la autora nos va a desplegar una amplia panoplia de personajes, incluso los más episódicos y secundarios, que tendrán algo que añadir, algo que mostrar para completar el mosaico de la novela. Entre los personajes más importantes de la novela me atrevería a destacar a la ciudad de Barcelona, que en manos de Rosa Regàs luce en todo su esplendor y belleza. Asimismo veremos, en la segunda parte de la novela, como la propia ciudad ha acusado también ese paso de los años, esa llegada de la Transición tras la dictadura. Me resultaría muy difícil tener que decantarme por un solo personaje de esta novela. Arcadia, Javier, Dario, Tony Puig, la tía Inés, Tobías… Pero si tuviera que verme en la tesitura de elegir creo que el personaje, en conjunto, más interesante tanto por su evolución a lo largo del relato, como por su complejidad desde un punto de vista creativo sería el de Javier.




“Música de cámara” es una mirada retrospectiva, en el que la autora nos plantea unos personajes que echan la vista atrás con cierta melancolía, que no añoranza quede claro, a ese amor que quedó indeleble en sus almas durante unos años especialmente duros que, por desgracia se vivieron en España bajo una feroz dictadura militar. No me atrevo a afirmar que pueda ser una novela con ciertos tintes autobiográficos, pero sí estoy seguro de que en esta novela hay muchos recuerdos y mucha vida de la autora que se enfrenta, con valentía, a aquellos años tan difíciles. Me voy a permitir transcribir un par de fragmentos que, en mi opinión, dan una visión muy completa de cómo éramos los españoles en aquella época que, afortunadamente, nos parece ya tan lejana y que Rosa Regàs sabe reflejar con tanta maestría. En ambos queda muy bien retratadas algunas claves que explican la idiosincrasia del pueblo español.









La pureza, queridas niñas – nos llamaba cuando se trataba no de gramática o aritmética sino de los pecados de la carne- es la virtud por excelencia de la mujer. Una mujer sin pureza es lo más repugnante que pueda imaginar la mente humana (…)  Hay que hurgar (en la memoria) hasta descubrir nuestra oculta intención Somos las mujeres las que incitamos a los hombres al pecado. (…) Somos nosotras las responsables del pecado original y con él de todos los vicios del hombre…”





“Flora – le decía Pío Baroja a mi madre cuando compartieron pensión en París a donde ella había ido desde Toulouse en busca de papeles para legalizar nuestra situación – Flora no llore usted. Ahora está usted en el túnel y lo ve todo negro. Pero no llore, Flora, no se preocupe, después de un túnel siempre viene otro”.




Rosa Regàs es una escritora que inició muy tardíamente su carrera literaria como si, de alguna manera, antes hubiese tenido que experimentar e interiorizar la vida antes de volcarla sobre el papel. La autora en “Música de cámara” nos presenta una novela intimista, de sentimientos, escrita con un clara intención (y pretensión) de crear Literatura (con mayúsculas) y no con el objetico, como una gran parte de los autores actuales, de vender decenas de miles de ejemplares. La lectura de esta novela proporcionará un auténtico placer estético tanto por la belleza de su construcción como por la tersura y “flexibilidad” de su ubérrima prosa que se irá amoldando a las distintas voces narrativas. Me permito recomendar al lector que extreme la atención para observar cómo la prosa se adapta a cada personaje, dotando de un extraordinario realismo la narración puesto que nos ofrece la impresión de que la obra ha sido escrita por cada uno de los personajes-narradores. Rosa Regàs como ya comenté es un narradora de una sensibilidad exquisita. Para ilustrar esta aseveración me voy a permitir transcribir un párrafo que nos muestra, bien a las claras, esta capacidad evocadora de su prosa. En este fragmento, con una belleza y una elegancia apabullante, nos va a describir, desde fuera, la monotonía en una pareja después de toda una vida juntos. Es un fragmento delicioso en el que la autora, con una gran capacidad de síntesis va a transmitir al lector lo que otros autores necesitarían decenas de páginas.




“Una única mesa estaba ocupada por una pareja de mediana edad, como nosotros, pensé sorprendido, que, sin mirarse, atentos cada cual a la pajita que habían introducido en un refresco, bebían con una lentitud sosegada que me hizo pensar en el ritmo de una tarde de domingo, y cuando tuvieron el vaso por la mitad dejaron de sorber, descansaron los dos casi en el mismo momento, pero siguieron sin hablarse. Ella descansó la espalda en el respaldo de la silla afianzándose como para pasar mucho rato y él, apoyando la suya en el alto zócalo de madera que cubría la pared, cogió con un par de dedos un cigarrillo del paquete que tenía en el bolsillo de la americana, lo hizo botar sobre una pitillera de plata que tal vez le habría regalado ella con sus iniciales grabadas en la tapa, lo encendió después y comenzó a fumar mirando abstraído al techo., La mujer llevaba el cuello envuelto en un pañuelo de color crema que se arreglaba constantemente y los párpados tan azules y las pestañas con tanto rímel que era difícil saber hacia dónde miraba, y cuando dejaba el pañuelo la emprendía con una piel del dedo índice que mordía con cierta obsesión, como si quisiera dejar completamente liso el blando de la uña. No tenían demasiado que decirse, llevarían juntos muchos años y tal vez sus hijos ya tenían su propio hogar; se habían quedado solos, pues, siguiendo una costumbre iniciada hacía décadas, habían salido como cada miércoles al cine o al teatro y luego habían decidido – una rutina convertida en ritual – tomar un refresco o un café con leche antes de volver en silencio a casa”.




Como comentaba más arriba “Música de cámara” es una novela deliciosa con multitud de detalles técnicos, de buena literatura, que es un auténtico placer paladearlos. Por ejemplo sugeriría al lector que reparase, por ejemplo, en el comienzo de la novela. Arcadia nos va a narrar (en primera persona) su llegada al tren e inmediatamente pasa al modo condicional para contarnos, si hubiese estado su padre qué es lo que hubiese ocurrido. Este “arranque” en modo condicional servirá para enfatizar y aumentar el dramatismo del hecho de la ausencia de su padre al enfrentarlo a la “hipótesis” que estando su padre todo hubiera sido diferente. Sin embargo, a pesar del entusiasmo que me ha producido esta novela tengo que ser fiel a mi conciencia y a mi modo de entender este maravilloso arte de la literatura y no puedo obviar algunos detalles que, en mi opinión, no me han satisfecho tanto. Y me duele tener que decirlo porque me han apenado ya que, por desgracia, no puedo sustraerme a ellos a la hora de hacer una valoración de esta, por lo demás, magnífica novela. Intentaré explicarme lo mejor posible sin “reventar” la novela que, por cierto, recomiendo encarecidamente su lectura a aquellas personas que disfruten con la buena literatura. El personaje de Arcadia, a lo largo de la novela, asistirá a unas clases de gimnasia por las que incluso abandonará su pasión por la viola. Pues bien, todo este hilo argumental, en mi opinión, insisto, me ha parecido excesivamente forzado y muy traído “por los pelos”, si bien necesario por sus consecuencias en el desarrollo posterior de la trama marcando un punto de inflexión narrativo. Sin embargo, personalmente, no me ha convencido ni su planteamiento ni la resolución que le da la autora. Por otra parte, el otro detalle que no me ha convencido mucho ha sido, ya en la segunda parte de la novela, un largo diálogo que mantienen los personajes, veinticuatro años después de no verse, sobre la democracia, la dictadura y la transición en España. En mi opinión, cuanto menos, resulta poco “procedente” sobre todo considerando el contexto de ese reencuentro. Sin embargo, en la segunda sección de ese diálogo la autora está, sencillamente, genial.




La condición de exiliados políticos de los padres de Arcadia, que hizo que ella viviese muchos años en Francia como creo que le ocurrió a la propia autora. Los años que ha vivido Arcadia en el extranjero le dan otra perspectiva de la realidad española, que le permite tomar distancia a la hora de opinar sobre nuestro país. En la segunda parte del libro hay multitud de ejemplos, por poner uno transcribiré este breve párrafo para situar al lector sobre este particular.




“España es un país sin memoria y por lo tanto sin pasado, y cree, porque así se lo han machacado a su gente, que lo que ha sucedido, cuando pertenece a un capítulo de la Historia que no interesa recordar al gobierno o al régimen de turno es mejor olvidarlo. Todo nos vemos afectados por la falta de memoria de la Transición, que ha sido así por herencia de un largo pasado profundamente desmemoriado, sean política, en cultura, en conquistas o en delitos”.




En una novela tan poética, y por lo tanto tan musical como ésta, veremos que, aparte de la mención explícita de su título, el texto está repleto de connotaciones musicales sonidos. La autora circunscribirá algunos de los momentos más importantes de la trama con fragmentos musicales, como si buscase una intención de reforzar aún más su expresividad apoyándose en la propia música. El cuarteto “La muerte y la doncella” de Schubert, el concierto nº 1 para piano de Beethoven, la sinfonía nº 38 de Praga de Mozart, entre otras, otorgarán esa hermosa “banda sonora” a la novela. “Música de cámara” es una novela escrita con mucho detalle y con una “ambientación” muy cuidada. A lo largo del libro se aprecia esa labor de orfebre que la autora pone en su escritura. Esta minuciosidad, esta escritura tan puntillosa, dicho de un modo elogioso, es digna de reseñarse. Un ejemplo de esta cuidada “ambientación” lo tenemos en que en la primera parte, en plena dictadura, se referirán al “Palacio de la Música”, sin embargo en el reencuentro en 1984 ya se referirán al “Palau de la Música”. Como bien saben los amigos lectores de este blog literario, siempre hago mucho hincapié en la importancia de saber “rematar” una novela. En el caso de “Música de cámara” asistiremos a un hermoso y bellísimo final en un “pianissimo” en el que esa última nota, mantenida, etérea, se irá desvaneciendo suavemente hasta extinguirse en un soberbio y emotivo silencio final.




Como por desgracia suele ser habitual con las buenas novelas, me entristece comprobar la cantidad de notas, apuntes y bosquejos, la mayoría muy interesantes, que van a quedar inéditos en mi cuaderno de notas por falta de espacio. Sin duda alguna esta reseña me ha salido un poco larga pero, por más que lo he intentado, no he podido reducirla mucho más sin menoscabar el libro analizado. A modo de resumen final sí me gustaría recomendar la lectura de esta novela por todo lo comentado con anterioridad, especialmente destinada a aquellos lectores de un paladar exquisito que sepan emocionarse con un texto tan delicado, que desborda tanto sentimiento y tanta belleza literaria. Desde este modesto blog literario me gustaría felicitar a Rosa Regàs por esta extraordinaria novela y por enseñarnos que, en medio de la podredumbre y de las miserias las flores, ajenas al dolor humano, cuando llega la primavera, siguen germinando.




“ Non c´è cosa piú amara che l´alba di un giorno/ in cui nulla accadrà. Non c´è cosa più amara/ che l´inutilità…
(No hay cosa más amarga que el alba de un día/ en el que nada sucederá. No hay cosa más amarga/ que la inutilidad)
Lo steddazzu (Cesare Pavese)




Dicho todo lo cual, y tomando en consideración todo lo referido con anterioridad, así como intentando ser lo más fiel posible a mi conciencia y a manera de entender el arte literario, creo que la puntuación que haría más justicia, a la hora de valorar y juzgar la novela “Música de cámara” de la escritora barcelonesa Rosa Regàs sería de un 8,25/10.


© Luis Alberto Cao


(Para ilustrar esta reseña os dejo dos vídeos. El primero corresponde a una interesante entrevista que concedió la autora. El segundo es el 4º tiempo, presto, de la Sinfonía nº 38 "Praga" de Mozart, dirigida por Karl Böhm, este fragmento lo he escogido porque es la música que suena en uno de los momentos culminantes de la novela)



 

lunes, 22 de julio de 2013

El pantano de las mariposas. Federico Axat.



Título original: El pantano de las mariposas.
Autor: Federico Axat.
Editorial: Destino.
Colección: Áncora & Delfín.
ISBN: 978-84-233-4687-5.
Fecha de publicación: 4 de junio de 2013.
Nº de páginas: 496.
Precio: 19 €.





“No hay mayor placer que el de encontrar un viejo amigo,
salvo el de hacer uno nuevo”.
(Rudyard Kipling)




“Nunca he vuelto a tener amigos
como los que tuve a los doce años.

¿Acaso es posible?”
(El personaje de Gordie Lachance
en la película “Cuenta conmigo”)




Tal vez sea por deformación profesional, tengo que reconocerlo, pero siempre que leo algún libro, aunque no sea más que por puro placer, sin pretender analizarlo o estudiarlo, suelo dejar algunos apuntes, a modo de ficha del autor y de la obra que he leído, formando una especie de “bitácora” al que, con mucha frecuencia, suelo acudir para mi actividad laboral. Había leído, con anterioridad, dos de las novelas que había publicado hasta ahora el joven escritor porteño Federico Axat: “Benjamín” y “El aula 19”. A pesar de la dispar opinión que produjeron ambos libros en mí, no dudé en señalar en mi ficha a Federico Axat, como un autor interesante y “a seguir” en su carrera literaria. Así es que, como resulta evidente, tenía mucha curiosidad e interés por leer “El pantano de las mariposas”, última novela publicada por este autor, y que, además, ha sido publicada en España por un prestigioso sello editorial, como es Ediciones Destino, que ha hecho una sólida apuesta por esta novela con un más que apreciable esfuerzo publicitario y de marketing.




Antes de entrar propiamente en el minucioso análisis de la última novela de Federico Axat, me gustaría, a modo de marco general en el que circunscribir el tono de esta reseña, adelantar, grosso modo, mi opinión sobre el libro. “El pantano de las mariposas” me ha parecido un libro desigual que junto a algunos momentos francamente deliciosos, y en los que el autor nos demuestra una “inteligencia” literaria que le ayuda a vadear las dificultades propias de un texto literario de la complejidad que Federico Axat nos plantea (me detendré especialmente en esta cuestión a lo largo del análisis), aparecen otros en los que, en mi opinión, al autor se le va de la mano la narración. Por ejemplo toda la parte relativa a los extraterrestres me ha parecido “metida a calzador” y, sobre todo, pésimamente resuelta dejando ese hilo argumental en un “limbo” ambiguo e irresoluto. Sin embargo, desde un punto de vista estético, como veremos un poco más adelante, Federico Axat volverá a hacer gala de una hermosa prosa con algunos momentos de una indudable belleza formal y de un lirismo arrebatador.




Como es habitual y antes de entrar, propiamente, en el análisis literario de la novela, creo que lo más conveniente, llegados a este punto, sería pergeñar una breve sinopsis argumental, con la loable intención de situar al eventual lector de estas líneas, en el texto objeto de estudio. Para este fin voy a transcribir, integra y literalmente, la recensión que ha preparado Ediciones Destino para la publicación de la novela.




“Las desapariciones de personas en confusos episodios se suceden año tras año en Carnival Falls. Pero donde algunos ven tragedias sin conexión, otros aseguran que existe un patrón común, y que detrás de ellas hay algo más oscuro que simples accidentes.



En 1985, Sam y Billy tienen doce años y se preparan para lo que suponen será un verano grandioso: excursiones por el bosque, largos paseos en bicicleta y la postergada construcción de la casa del árbol. Sin embargo, la llegada a la ciudad de una niña de clase alta llamada Miranda, cuya belleza no les dejará indiferentes, lo trastocará todo. Juntos transitarán ese intrincado paso de la niñez a la adolescencia, un camino de aprendizaje y revelaciones, y se embarcarán, casi sin proponérselo, en una aventura que podría llevarlos a conocer la verdad detrás de las desapariciones. 
Un pacto de amistad los guiará en un verano imborrable, un tiempo de metamorfosis que marcará el inicio de muchas cosas, y también el final de su infancia.



Novela de crecimiento y suspense con sugerentes incursiones en lo fabuloso, El pantano de las mariposas sumerge al lector en una rara fascinación para conducirlo con hábil pulso hasta un sorprendente giro final”




Me ha parecido pertinente iniciar este análisis literario con una cita del gran escritor británico (aunque nacido en la India) y premio Nobel Rudyard Kipling (1865-1936) porque, al igual que Federico Axat, a lo largo de la obra del gran escritor británico aparece una constante preocupación por ese indefinible paso de la infancia a la juventud y al que tantas y tantas páginas dedicó en su obra. Federico Axat es también un autor preocupado por ese paso tan “vital” y que tanto marca el devenir del ser humano. Es evidente que Axat se encuentra cómodo  en ese “registro” y además lo hace bastante bien. Los lectores habituales de este blog literario saben que, incluso con grandes autores, siempre he sido muy crítico sobre la manera de dar vida a los personajes infantiles. Siempre me ha parecido que eran niños que pensaban, hablaban y actuaban con una madurez totalmente impropia de su edad, que conseguía distanciarme y hacerme increíble el personaje. Al principio de esta reseña ya advertía sobre la “inteligencia” literaria de Federico Axat y en “El pantano de las mariposas” nos lo vuelve a demostrar. Sus personajes infantiles, por llamarlos de alguna manera porque tienen unos doce años, resultan creíbles, acordes con su edad. A ello también ayuda que, a pesar de que la novela está narrada en primera persona por uno de los personajes, Sam, al final de la novela, y es una de las sorpresas que nos guarda en el epílogo este libro, ocurrirá algo que dará mucha más coherencia a todo el relato ( y hasta ahí puedo leer para no reventar la novela). “El pantano de las mariposas” es un loable intento de acercarse a esa época mágica de nuestras vidas, a esa edad en que intentamos encontrar nuestro lugar en el mundo y descubrir la vida. Sin duda alguna el autor consigue, a los que ya hemos cumplido una cierta edad, devolvernos esas sensaciones y esos recuerdos que los años han arrumbado a los “trasteros” de nuestra memoria. Pero, no cabe duda, que, entre otras influencias, Axat bebe de la inmortal obra de Mark Twain “Las aventuras de Tom Sawyer”. Así como, si profundizamos en el análisis formal de la novela y en el uso de las escenas y su disposición en la estructura dramática resulta más que evidente que “El pantano de las mariposas” es una novela claramente deudora de la sintaxis narrativa propia de la cinematografía, como por otra parte es cada día más habitual en la literatura contemporánea, especialmente en los autores más jóvenes y noveles que aún no han encontrado su propia voz narrativa.




La novela está narrada, fundamentalmente, en dos grandes planos narrativo-temporales, correspondientes a los años 1985 y 2010. Excepto el prólogo que se remonta al 10 de abril de 1974, fecha del accidente de tráfico en el que muere la madre de Sam. Axat vuelca toda su sensibilidad en este prólogo que está escrito con una belleza y una delicadeza que, en mi opinión, contiene algunos de los momentos más inspirados, desde un punto de vista estético, de una gran belleza lírica. Me voy a permitir transcribir un fragmento, paradigmático, para mostrar toda esta prosa tan hermosa y sugerente.



“Todo ha sucedido a una velocidad asombrosa. El silencio que sucede al accidente es tan profundo que la lluvia y los truenos tardan en volver a hacerse oír.
Al principio no veo nada. Parpadeo una y otra vez sin otro resultado que una negrura absoluta. El gorjeo de la tormenta es mi único nexo con la realidad. Cuando intento moverme, las correas me lo impiden. Descubro con horror que ni siquiera puedo gritar o romper en llanto; apenas hincho el pecho, un insoportable ardor me hace callar. Finalmente sacudo la cabeza, como minutos atrás lo hiciera con alegría para maniobrar mi velero imaginario, pero ahora con el único propósito de liberarme de la aterradora capucha de oscuridad. Entonces mi frente choca con algo. Decido permanecer inmóvil mientras los contornos comienzan a bosquejarse. Lo que tengo delante es una gran abolladura del techo que forma una curva milagrosa sobre mi cuerpo. Mamá debe de estar al otro lado, razono con desesperación. No puedo oírla, pero debe de estar allí.
El coche descansa sobre uno de sus lados, pero mi silla sigue afirmada en el centro del asiento trasero. Moverse en semejante posición, con el techo a escasos centímetros y las correas ejerciendo presión, resulta imposible. Estiro el cuello todo lo que puedo, hasta que mis ojos están muy cerca de la chapa, y así logro divisar el espacio entre los dos asientos delanteros. Lo que veo me hiela el corazón.
El rostro de mamá se ha convertido en un globo blanco de ojos inexpresivos atrapado en una telaraña roja. Su mirada vacía me atraviesa.
—Mami —musito con un hilo de voz.
No puedo dejar de mirarla. El cuello me duele a causa de la posición pero no puedo apartar mis ojos del único ser querido que tengo en el mundo.
En algún momento pierdo el conocimiento, o eso creo”.





Federico Axat nos va a proponer, en esta novela, ese primer enamoramiento, ese descubrimiento por parte de los protagonistas del amor. El autor nos lo va a narrar con una sensibilidad y una maestría que, sin duda alguna, como ya comenté un poco más arriba, nos va a traer muchos recuerdos, porque Axat sabe tocar la fibra sensible del lector porque, sin duda alguna, le sobra talento para este tipo de historias en las que tan cómodo se encuentra. Los personajes están dotados de vida y profundidad especialmente el personaje de Sam que al ser el narrador de la novela nos va a permitir, a través de sus ojos, acercarnos a esta historia. Tengo que reconocer que resulta difícil no caer enamorado del personaje de Miranda, contemplándola a través de los ojos fascinados y enamorados de Sam. Y será difícil que no se nos pongan “la piel de gallina” viendo qué fue de su vida con el paso de los años… No me gustaría dejar de citar a todos esos personajes “secundarios” esos niños, tan bien perfilados, que comparten con Sam su estancia en la Granja (una especie de orfelinato). Por supuesto no podemos obviar a Sam, el personaje que de mayor llegará a ser escritor, y que, estoy seguro, que en cierto modo, haces las veces del “yo narrativo” del autor. En un fragmento de la novela, con mucho sentido del humor, el autor nos habla de los métodos que utilizan algunos editores para ver si una novela merece la pena ser publicada:




“Mi jefe en Doubleday en ese momento era Edward Perry, un hombre con visión e instinto que llegaría muy lejos en el mundo editorial. Cuando le entregué el manuscrito, con cierto aire de suficiencia debo reconocer, pensó que le estaba gastando una broma. Le dije que aquello iba en serio, que escribía prácticamente desde que me orinaba en la cama, y que había esperado hasta tener algo que valiera la pena para que él lo viera. Debí de decirlo con convicción, porque su expresión cambió y me dijo que le echaría un vistazo el fin de semana y que el lunes me daría una opinión inicial tras leer algunas páginas. Perry valoraba los textos según un método que él mismo había autodenominado «Los tres niveles de Perry». Primero abría el libro al azar y leía una página. Si le gustaba el estilo, el primer nivel de Perry estaba cumplido y leía otra cualquiera. Luego una tercera. Si creía que lo que tenía entre manos tenía potencial, se alcanzaba el segundo nivel de Perry y leía los dos o tres primeros capítulos. El paso siguiente, o tercer nivel de Perry, era leerlo completo. Me dijo que no haría una excepción conmigo”.




Como ya he comentado en alguna otra reseña, me reconozco un enamorado de la prosa de los escritores hispanoamericanos, por su riqueza léxica y el sobreabundante y colorido uso de palabras que, por desgracia en el castellano que se habla en España han quedado obsoletas y olvidadas. A lo largo de la novela hay varios exquisitos ejemplos del uso de esa riqueza léxica que, para no alargar en exceso esta reseña, me voy a resistir a transcribir.



Al principio de este análisis comentaba que “El pantano de las mariposas” comentaba que esta novela me había parecido, en algunos aspectos desigual. Fundamentalmente, como dejaba entrever, es por el uso, en mi opinión inapropiado y mal resuelto, del tema de “los extraterrestres”. Pienso que esa “supuesta” aparición alienígena perjudica el resultado final de la novela, fundamentalmente porque no era estrictamente necesaria para el desarrollo coherente y formal de la trama y, por otra parte, porque ahí Federico Axat no se muestra incapaz de encontrar una “solución” convincente. No quiero profundizar mucho más al respecto para no “reventar” la novela pero estoy seguro que los amigos lectores que ya hayan leído la novela entenderán, perfectamente, a que me quiero referir.




Después de un análisis tan largo y prolijo como el hice en mi última entrega dedicado a la novela “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, creo que no debo alargarme ya mucho más en la presente reseña. Van a quedar bastantes detalles técnicos dignos de aparecer en un análisis literario, pero los omitiré en aras a no exceder la extensión aconsejable para una reseña literaria.



A modo de resumen final si me gustaría consignar algunos puntos, en mi opinión fundamentales, a la hora de enjuiciar esta novela de Federico Axat. En primer lugar me gustaría señalar que es una novela, en líneas generales, de una lectura entretenida y muy apropiada para estas fechas estivales, pues no nos va a demandar una “atención” especial por su complejidad narrativa. Como ya es habitual en las novelas de Federico Axat nos va a reservar, al final de la novela, un giro de guión que cambiará completamente la óptica de la novela y nos ayudará a entender algunas cosas. Por lo que es obligado leer la novela hasta el final. Esto me da pie, brevemente, para reafirmarme en mi teoría, al menos yo lo hago así, que nunca se puede, o por lo menos se debe, juzgar una novela hasta no haber leído la última línea… También me gustaría destacar el acierto de Ediciones Destino por la magnífica portada de la novela… (y hasta ahí puedo leer).




 “El pantano de las mariposas” es un texto con un fuerte sabor a nostalgia, a melancolía de un tiempo pasado que, sin duda alguna, fue mejor… y, como diría el gran Joan Manuel Serrat en su bellísima canción “Aquellas pequeñas cosas” … son esas pequeñas cosas que nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.




Dicho todo lo cual y teniendo en cuenta todo lo expuesto más arriba e intentando ser lo más fiel posible a mi conciencia y a modo de entender el arte de la literatura, creo que la puntuación que más justicia haría a “El pantano de las mariposas” del joven escritor argentino Federico Axat sería de un 7,25/10.


© Luis Alberto Cao


(Para ilustrar la reseña os dejo el video de la canción “Aquellas pequeñas cosas”  de Joan Manuel Serrat a la que, inexplicablemente, mi cabeza la asociaba conforme leía la novela…)