Título: Ava en la noche.
Autor: Manuel Vicent
Editorial: Alfaguara.
Autor: Manuel Vicent
Editorial: Alfaguara.
Colección: Hispánica
ISBN: 978-84-204-3563-3
Páginas: 256
Fecha de publicación: 4 de junio de 2020.
ISBN: 978-84-204-3563-3
Páginas: 256
Fecha de publicación: 4 de junio de 2020.
Precio: 18,90 €
“Aunque nada se pueda hacer para que vuelva la hora de
aquel esplendor en la hierba y la gloria en las
flores,no
debemos
afligirnos porque la belleza subsiste en el recuerdo”
(Oda a la Inmortalidad. William Wordsworth)
Creo que hoy,
con este análisis que me dispongo a escribir, y después de más de 120 libros ya
reseñados, se hace, por fin, justicia al invitar a este blog a D. Manuel Vicent
uno de los más grandes autores que tenemos en el panorama literario actual. Un
escritor original dotado de una sensibilidad artística más que notable que, de
nuevo, en “Ava en la noche” nos
vuelve a mostrar su exquisita finura para sumergirnos en un nostálgico y
retrospectivo viaje a esa época, aún “color
ala de mosca”, de finales de los cincuenta y principios de los sesenta en
la España franquista. D. Manuel, a pesar o más bien gracias a su edad, 84 años recién
cumplidos, nos deja un libro fascinante, con algunos momentos francamente
sobresalientes que nos retrotraerán a aquella época gris con olor a “berza y repollo” de sueños y anhelos proyectados
en las pantallas de los cines. Una novela imprescindible para entender aquellos
años desde los ojos de las personas humildes, como el protagonista, que a pesar
de vivir encerrados dentro de un país (valga el oxímoron), sin embargo, su
imaginación y su espíritu luchan por volar libremente desasiéndose de la brutal
realidad. Sobre este tema en particular me extenderé un poco más a lo largo de
este análisis.
En primer
lugar, como es habitual y por seguir una cierta metodología analítica creo que
lo más indicado, llegados a este punto, es pergeñar una breve sinopsis de la
novela “Ava en la noche” con la
loable intención de encuadrar y centrar el objeto de nuestro análisis.
“«Perseguía dos sombras: la de Ava Gardner y
la del asesino José María Jarabo. La búsqueda de la belleza inasequible
abrazada a la maldad.»
David, un joven que ha pasado los primeros
años de su vida respirando el aire del Mediterráneo, abandona su ciudad para
establecerse en Madrid y cumplir un sueño: conocer a Ava Gardner y convertirse
en director de cine. A su llegada se presenta en la Escuela de Cinematografía
decidido a pasar las pruebas de acceso.
Son los primeros años sesenta y en España
todo un mundo relacionado con el arte, el cine y la literatura disfruta noches
llenas de glamour, divertidas y extraordinariamente libres. Noches de cine a
las que siguen días en que la realidad del país se ahoga cubierta por la pátina
oscura y represiva de la dictadura franquista.
Ficción y realidad se entrecruzan en esta
novela ambientada en la reciente historia de España. Con su maestría habitual,
Manuel Vicent retrata en Ava en la noche la inestable frontera entre un tiempo
oscuro y en declive y otro que, con los primeros vientos de cambio, ya empieza
a asomar en el horizonte”.
D. Manuel
Vicent es un escritor que tiene un estilo muy propio y personal que le hace
perfectamente reconocible en todas sus novelas. Basta coger cualquiera de sus
obras y después de leer sus primeras páginas ya resulta evidente y palmaria su
autoría. Y esa es, en mi opinión, una de sus principales virtudes: la
originalidad de su escritura y su manera de tratar el material narrativo. En “Ava en la noche” el autor nos va a
plantear una narración en dos planos, por así decirlo. Un plano objetivo que
sería la dureza de la realidad de la existencia y, por otra parte, un segundo
plano subjetivo que serían los sueños e ilusiones del protagonista. En ese
plano subjetivo tiene algunos momentos francamente interesantes como, por
ejemplo, la escena ante la estatua del ángel caído en el madrileño parque del
Retiro bajo los efectos de un cigarrillo de cannabis, resuelta con un brillante
relato entre surrealista y onírico. Después de su lectura no pude evitar
rememorar aquella famosa frase de William Shakespeare que en su comedia “La tempestad” pone en boca de su
personaje Próspero que, a mi parecer, y por analogía, nos da la clave
interpretativa de David, personaje protagonista de la novela.
“Los actores, como ya te dije, eran espíritus y se
han disuelto en aire, en aire leve, y, cual la obra sin cimientos de esta
fantasía, las torres con sus nubes, los regios palacios, los templos solemnes,
el inmenso mundo y cuantos lo hereden, todo se disipará e, igual que se ha
esfumado mi etérea función, no quedará ni polvo. Somos de la misma sustancia
que los sueños, y nuestra breve vida culmina en un dormir”
“Ava en la noche” es
una novela claramente deudora del neorrealismo cinematográfico. En algunos
momentos de la narración veremos que el autor va a utilizar una “gramática” claramente cinematográfica
dando paso a un lenguaje más visual. De hecho, de un modo explicito, el autor
homenajea a Berlanga y, especialmente, a su magnífica película “El verdugo” (creo que además fue muy injustamente
incomprendida cuando se estrenó) que es tan sumamente importante en toda la
trama de la novela. Es tan importante que, si me permitís la broma, creo que
esta novela se podría titular “Ava en la
noche o el Verdugo de Berlanga”. Pero obviamente la elección que hace el
autor de este título emblemático de Luis García Berlanga no es casual. “Ava en la noche” es una relectura, un
homenaje, un trasunto literario a “El
verdugo” que a su vez lo es de aquella asfixiante y encorsetada sociedad.
Por esta misma razón por ese uso especular y vertebrador con la película de
Berlanga D. Manuel Vicent utilizará una prosa que abundará incidiendo en la
ampulosidad de un léxico sensorial ubérrimo que buscará atraparnos más que a través
de las palabras a través de las imágenes, los olores, los sabores… No puedo
resistirme en transcribir un párrafo de la novela en la que se ejemplifica esa
sensorialidad:
“Ahora, en la puerta de algunas cafeterías de la
Gran Vía habían comenzado a girar ensartados unos pollos al ast que rezumaban
grasa, y algunos peatones menesterosos como aquel Carpanta del tebeo, que no
podían permitirse el lujo de zamparse ni siquiera una alita, se conformaban con
acercar las manos a ese tinglado solo para coger el calor que expandían los
hilos incandescentes, y luego se chupaban los dedos con sabañones, empapados
con el sabor a grasa. Otros madrileños se detenían ante los escaparates de las
tiendas de electrodomésticos donde se sorprendían como niños ante el milagro de
verse en las pantallas de los televisores de distintas marcas. Y se saludaban a
sí mismos o hacían payasadas en la acera sintiéndose actores”.
Después de la
lectura atenta de la novela no he podido evitar recordar a un antiguo alumno de
escritura creativa. Este muchacho se jactaba de poder escribir sin haber leído un
libro en su vida y argumentaba que las lecturas lo único que hacen es “deformar” (sic) .el talento de los
escritores. Sin embargo, lamento discrepar con él, las lecturas son
fundamentales para entender la técnica del oficio literario. Mucha gente opina
que los poetas son personas con una sensibilidad extraordinaria, por ejemplo,
para el amor. Pero, en mi opinión, eso no es así. Con toda seguridad hay
muchísima gente puede es mucho más sensible que ellos. La única diferencia es
que ellos, los poetas, tienen el talento y la técnica para expresarlo con
belleza. He utilizado esta digresión para avanzar en otro de los puntos de
ineludible análisis. Es evidente que el autor es un hombre de una extremada
cultura literaria. Cuando ayer cerré el libro tuve la impresión de que “Ava en la noche” es una obra que, como
la mayoría de los grandes libros, bebe de la fuente de la literatura castellana
que es “D. Quijote de la Mancha”. El
protagonista, David, es un personaje idealista que buscará a su Dulcinea en la
figura de Ava Gardner. Todo el mundo verá que su empeño es una locura, que esa
Dulcinea de sus sueños nunca reparará en él, que esa Dulcinea idealizada es una
mujer alcoholizada y mundana… De hecho al final de la novela, sentado en el
cine viendo el estreno de “El verdugo” asistirá
a su particular duelo con el caballero de la Blanca Luna en la playa de la
Barceloneta. Me resisto a transcribir el final de la novela, para no
reventarla, pero sí os puedo decir que es bellísimo.
El autor nos
va a plantear en “Ava en la noche” una
narración en la que nos va a contraponer varios hechos, varias realidades que
van a ir contrapunteando todo el texto. Por una parte la vida de lujo e
irrealidad representada por Ava Gadner y todo ese mundillo del cine y de “glamour” y, por otra, el ajusticiamiento
por garrote vil de José María Jarabo. Me imagino que muchos lectores
desconozcan la historia de aquel cuádruple crimen perpetrado por Jarabo que
tantos ríos de tinta vertió a principios de los sesenta (recomiendo la lectura
del libro para profundizar en aquel hecho verídico). Pues bien esas dos
realidades expresan, con bastante acierto, ese choque entre la modernidad y la
antigüedad, entre la libertad y la represión… Ruego al lector que repare en el
último párrafo que transcribo y disfrute de su belleza plena de recursos e imágenes
y cómo el autor refuerza la “cosificación”
de los detenidos.
“Si iba a ser director de
cine, David debería saber que todas las estrellas usaban ya jabón Lux y no Heno
de Pravia, cuyo perfume llevaba a los viejos aguamaniles de la abuela. En los
televisores de tubo en blanco y negro cubiertos con una cortinilla y coronados
con unas flores de plástico se anunciaban los primeros frigoríficos y se
recomendaba a las amas de casa un detergente que después de lavar los platos
dejaba las manos suaves para la caricia nocturna. El Seat 600 había dejado paso
al Dauphine y este al Renault Dos Caballos, muy amado por los incipientes
progresistas. Pero el sueño de David era tener un descapotable con un claxon
que sonara con una musiquilla tatá taretá tatá, como lo hacía el de Vittorio
Gassman en la película Il Sorpasso. Esa escapada era el símbolo de la
modernidad. Huir, huir sin sentido alguno en medio de una ciudad vacía hasta
caer en el acantilado. Cantaba Gloria Lasso la luna de miel y las parejas
pegadas con un sudor de colonia Myrurgia bailaban los boleros de Nat King Cole
y de los Cinco Latinos en el Elefante Blanco, en Micheleta, en Gayango, en la
parrilla del Rex, y aquellas chicas de faldas tubulares se ponían muy tiernas e
incluso se dejaban morrear cuando sonaba el saxo con la melodía de «Petite
Fleur».
Por lo demás
seguía declarado el estado de excepción debido a la huelga de los mineros de
Asturias, la policía social estaba pasando la lima del siete por los bajos de
la clandestinidad y con ayuda de delatores de dentadura mellada descargaba cada
día una gran cosecha de estudiantes sospechosos en los sótanos de las
comisarías”.
D. Manuel
Vicent es un escritor minucioso y detallista que siempre muestra en sus libros
esa delicadeza tanto desde un punto de vista formal, con una prosa ubérrima,
como en la construcción del propio relato. Me gustaría destacar un par de
escenas de la novela que sirven para ejemplificar el talento del autor ante dos
situaciones totalmente antitéticas. Por una parte el relato ambientado en el
café Gijón, donde aparecerán, entre otros, Edgar Neville, Miguel Miura, el
actor Enrique Guitart, Pepe López Rubio, Fernando Fernán Gómez, etc…, en el que
el autor nos va a narrar la peripecia del león y del mono Manolo. Se trata de
un fragmento costumbrista escrito con muchísimo sentido del humor, pero a la
vez con ese indefinible sentimiento de desamparo: “A partir de ese día, el mono Manolo se hizo el dueño y señor del Café
Gijón, y el lance del león fue suficiente para que David fuera admitido como
pasajero con todos los honores en aquella barcaza de náufragos hambrientos de
gloria y de pepitos de ternera”. La otra escena, en clara contraposición
con la anterior es el relato del encarcelamiento de David en los calabozos de
la Puerta del Sol en la que el autor nos hará una descripción desgarrada del
uso de la brutalidad. Pero, y ahí vuelve de nuevo el parentesco de David con
D.Quijote encontrará una manera de sobreponerse y sublimar tanto dolor:
“David recordó la historia de un prisionero que
había pasado el resto de su vida en una mazmorra. Quienes pudieron contarlo
decían haber tenido la sensación de que el tiempo se había fundido y solo
quedaba el espacio frente a un muro que estaba a solo dos metros de distancia
iluminado por una alta aspillera, y que ese horizonte acababa por penetrar en
el cerebro a través de los ojos cerrados. En ese muro, algunos prisioneros
habían arañado con las uñas negras versos sublimes y blasfemias
impronunciables, habían expresado sus sueños de libertad rubricándolos con
lamparones de esperma, pero el prisionero condenado a cadena perpetua ideó la
única forma que tenía de escapar: dibujó en el muro de la mazmorra una ventana
abierta a un paisaje de palmeras con un mar al fondo y a través de ella había
logrado fugarse hacia dentro de sí mismo. David llegó a la idea de que era
posible navegar hacia una isla del tesoro en un velero a su antojo sobre un mar
de dulzura, sin abandonar esta maldita celda de la Dirección General de
Seguridad iluminada por una alta bombilla polvorienta fuera de su alcance”.
Ya, por último
y para terminar esta larga reseña, sí me gustaría incidir en algunos aspectos
que entiendo fundamentales a la hora de estudiar esta novela. “Ava en la noche” es una novela
deliciosa escrita con mucho talento y oficio. Fiel a su estilo se puede
apreciar el uso habitual de sus antítesis y dualidades y el uso de prosa suya
plena de carnalidad y sensualidad meridional. En esta novela objeto de estudio
el autor nos muestra algunas escenas realmente sublimes que nos emocionaran,
nos harán sonreír o, simplemente, que no es poco, nos dejarán en un clamoroso
silencio pensativo. Tal y como ocurre en el Quijote, cuando terminemos la
lectura siempre nos quedará la duda razonable de dónde está esa inapreciable
línea que separa la realidad de la ficción, lo veraz de lo falaz. Esta “duda razonable” aparece en muchos
lugares de la novela. Como colofón de este análisis os transcribo este
fragmento que siempre nos dejará en duda de si este diálogo de Luis García Berlanga
y del protagonista fue la auténtica génesis de la película “El verdugo”
“Vamos a ver, en nuestra
tierra la gente tiene mucha imaginación. Hagamos una prueba: cuéntame aquí de
pie, en un minuto, una historia para un guion. Como se hace en Hollywood. Ya
sabes, allí pagan una pasta por una buena idea.
—¿Una idea?
—Eso es. Sin
pensar. Lo primero que se te ocurra.
—Pues… No sé…
A ver… Se trataría de un verdugo pusilánime a quien el propio reo tuvo que
darle ánimos en el momento de manejar el garrote —dijo David al recordar, de
pronto, la ejecución de la envenenadora de Valencia”.
Dicho
todo lo cual y teniendo en cuenta todo lo expuesto más arriba e intentando ser
lo más fiel posible a mi conciencia y a modo de entender el arte de la
literatura, creo que la puntuación que más justicia haría a “Ava en la noche” del
gran escritor castellonense D.Manuel Vicent sería de un 8,25/10.
(Para ilustrar esta reseña os dejo un curioso reportaje sobre el rodaje de la película "55 días en Pekín" que rodó en Madrid Ava Gardner)