domingo, 7 de junio de 2020

Ava en la noche. Manuel Vicent

Título: Ava en la noche.
Autor: Manuel Vicent
Editorial: Alfaguara.
Colección: Hispánica
ISBN: 978-84-204-3563-3

Páginas: 256
Fecha de publicación: 4 de junio de 2020.
Precio: 18,90 €





“Aunque nada se pueda hacer para que vuelva la hora de
aquel esplendor en la hierba y la gloria en las flores,no
 debemos afligirnos porque la belleza subsiste en el recuerdo”
(Oda a la Inmortalidad. William Wordsworth)





Creo que hoy, con este análisis que me dispongo a escribir, y después de más de 120 libros ya reseñados, se hace, por fin, justicia al invitar a este blog a D. Manuel Vicent uno de los más grandes autores que tenemos en el panorama literario actual. Un escritor original dotado de una sensibilidad artística más que notable que, de nuevo, en “Ava en la noche” nos vuelve a mostrar su exquisita finura para sumergirnos en un nostálgico y retrospectivo viaje a esa época, aún “color ala de mosca”, de finales de los cincuenta y principios de los sesenta en la España franquista. D. Manuel, a pesar o más bien gracias a su edad, 84 años recién cumplidos, nos deja un libro fascinante, con algunos momentos francamente sobresalientes que nos retrotraerán a aquella época gris con olor a “berza y repollo” de sueños y anhelos proyectados en las pantallas de los cines. Una novela imprescindible para entender aquellos años desde los ojos de las personas humildes, como el protagonista, que a pesar de vivir encerrados dentro de un país (valga el oxímoron), sin embargo, su imaginación y su espíritu luchan por volar libremente desasiéndose de la brutal realidad. Sobre este tema en particular me extenderé un poco más a lo largo de este análisis.



En primer lugar, como es habitual y por seguir una cierta metodología analítica creo que lo más indicado, llegados a este punto, es pergeñar una breve sinopsis de la novela “Ava en la noche” con la loable intención de encuadrar y centrar el objeto de nuestro análisis.



“«Perseguía dos sombras: la de Ava Gardner y la del asesino José María Jarabo. La búsqueda de la belleza inasequible abrazada a la maldad.»


David, un joven que ha pasado los primeros años de su vida respirando el aire del Mediterráneo, abandona su ciudad para establecerse en Madrid y cumplir un sueño: conocer a Ava Gardner y convertirse en director de cine. A su llegada se presenta en la Escuela de Cinematografía decidido a pasar las pruebas de acceso.


Son los primeros años sesenta y en España todo un mundo relacionado con el arte, el cine y la literatura disfruta noches llenas de glamour, divertidas y extraordinariamente libres. Noches de cine a las que siguen días en que la realidad del país se ahoga cubierta por la pátina oscura y represiva de la dictadura franquista.


Ficción y realidad se entrecruzan en esta novela ambientada en la reciente historia de España. Con su maestría habitual, Manuel Vicent retrata en Ava en la noche la inestable frontera entre un tiempo oscuro y en declive y otro que, con los primeros vientos de cambio, ya empieza a asomar en el horizonte”.



D. Manuel Vicent es un escritor que tiene un estilo muy propio y personal que le hace perfectamente reconocible en todas sus novelas. Basta coger cualquiera de sus obras y después de leer sus primeras páginas ya resulta evidente y palmaria su autoría. Y esa es, en mi opinión, una de sus principales virtudes: la originalidad de su escritura y su manera de tratar el material narrativo. En “Ava en la noche” el autor nos va a plantear una narración en dos planos, por así decirlo. Un plano objetivo que sería la dureza de la realidad de la existencia y, por otra parte, un segundo plano subjetivo que serían los sueños e ilusiones del protagonista. En ese plano subjetivo tiene algunos momentos francamente interesantes como, por ejemplo, la escena ante la estatua del ángel caído en el madrileño parque del Retiro bajo los efectos de un cigarrillo de cannabis, resuelta con un brillante relato entre surrealista y onírico. Después de su lectura no pude evitar rememorar aquella famosa frase de William Shakespeare que en su comedia “La tempestad” pone en boca de su personaje Próspero que, a mi parecer, y por analogía, nos da la clave interpretativa de David, personaje protagonista de la novela.



“Los actores, como ya te dije, eran espíritus y se han disuelto en aire, en aire leve, y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía, las torres con sus nubes, los regios palacios, los templos solemnes, el inmenso mundo y cuantos lo hereden, todo se disipará e, igual que se ha esfumado mi etérea función, no quedará ni polvo. Somos de la misma sustancia que los sueños, y nuestra breve vida culmina en un dormir”



“Ava en la noche” es una novela claramente deudora del neorrealismo cinematográfico. En algunos momentos de la narración veremos que el autor va a utilizar una “gramática” claramente cinematográfica dando paso a un lenguaje más visual. De hecho, de un modo explicito, el autor homenajea a Berlanga y, especialmente, a su magnífica película “El verdugo” (creo que además fue muy injustamente incomprendida cuando se estrenó) que es tan sumamente importante en toda la trama de la novela. Es tan importante que, si me permitís la broma, creo que esta novela se podría titular “Ava en la noche o el Verdugo de Berlanga”. Pero obviamente la elección que hace el autor de este título emblemático de Luis García Berlanga no es casual. “Ava en la noche” es una relectura, un homenaje, un trasunto literario a “El verdugo” que a su vez lo es de aquella asfixiante y encorsetada sociedad. Por esta misma razón por ese uso especular y vertebrador con la película de Berlanga D. Manuel Vicent utilizará una prosa que abundará incidiendo en la ampulosidad de un léxico sensorial ubérrimo que buscará atraparnos más que a través de las palabras a través de las imágenes, los olores, los sabores… No puedo resistirme en transcribir un párrafo de la novela en la que se ejemplifica esa sensorialidad:






“Ahora, en la puerta de algunas cafeterías de la Gran Vía habían comenzado a girar ensartados unos pollos al ast que rezumaban grasa, y algunos peatones menesterosos como aquel Carpanta del tebeo, que no podían permitirse el lujo de zamparse ni siquiera una alita, se conformaban con acercar las manos a ese tinglado solo para coger el calor que expandían los hilos incandescentes, y luego se chupaban los dedos con sabañones, empapados con el sabor a grasa. Otros madrileños se detenían ante los escaparates de las tiendas de electrodomésticos donde se sorprendían como niños ante el milagro de verse en las pantallas de los televisores de distintas marcas. Y se saludaban a sí mismos o hacían payasadas en la acera sintiéndose actores”.



Después de la lectura atenta de la novela no he podido evitar recordar a un antiguo alumno de escritura creativa. Este muchacho se jactaba de poder escribir sin haber leído un libro en su vida y argumentaba que las lecturas lo único que hacen es “deformar” (sic) .el talento de los escritores. Sin embargo, lamento discrepar con él, las lecturas son fundamentales para entender la técnica del oficio literario. Mucha gente opina que los poetas son personas con una sensibilidad extraordinaria, por ejemplo, para el amor. Pero, en mi opinión, eso no es así. Con toda seguridad hay muchísima gente puede es mucho más sensible que ellos. La única diferencia es que ellos, los poetas, tienen el talento y la técnica para expresarlo con belleza. He utilizado esta digresión para avanzar en otro de los puntos de ineludible análisis. Es evidente que el autor es un hombre de una extremada cultura literaria. Cuando ayer cerré el libro tuve la impresión de que “Ava en la noche” es una obra que, como la mayoría de los grandes libros, bebe de la fuente de la literatura castellana que es “D. Quijote de la Mancha”. El protagonista, David, es un personaje idealista que buscará a su Dulcinea en la figura de Ava Gardner. Todo el mundo verá que su empeño es una locura, que esa Dulcinea de sus sueños nunca reparará en él, que esa Dulcinea idealizada es una mujer alcoholizada y mundana… De hecho al final de la novela, sentado en el cine viendo el estreno de “El verdugo” asistirá a su particular duelo con el caballero de la Blanca Luna en la playa de la Barceloneta. Me resisto a transcribir el final de la novela, para no reventarla, pero sí os puedo decir que es bellísimo.



El autor nos va a plantear en “Ava en la noche” una narración en la que nos va a contraponer varios hechos, varias realidades que van a ir contrapunteando todo el texto. Por una parte la vida de lujo e irrealidad representada por Ava Gadner y todo ese mundillo del cine y de “glamour” y, por otra, el ajusticiamiento por garrote vil de José María Jarabo. Me imagino que muchos lectores desconozcan la historia de aquel cuádruple crimen perpetrado por Jarabo que tantos ríos de tinta vertió a principios de los sesenta (recomiendo la lectura del libro para profundizar en aquel hecho verídico). Pues bien esas dos realidades expresan, con bastante acierto, ese choque entre la modernidad y la antigüedad, entre la libertad y la represión… Ruego al lector que repare en el último párrafo que transcribo y disfrute de su belleza plena de recursos e imágenes y cómo el autor refuerza la “cosificación” de los detenidos.



“Si iba a ser director de cine, David debería saber que todas las estrellas usaban ya jabón Lux y no Heno de Pravia, cuyo perfume llevaba a los viejos aguamaniles de la abuela. En los televisores de tubo en blanco y negro cubiertos con una cortinilla y coronados con unas flores de plástico se anunciaban los primeros frigoríficos y se recomendaba a las amas de casa un detergente que después de lavar los platos dejaba las manos suaves para la caricia nocturna. El Seat 600 había dejado paso al Dauphine y este al Renault Dos Caballos, muy amado por los incipientes progresistas. Pero el sueño de David era tener un descapotable con un claxon que sonara con una musiquilla tatá taretá tatá, como lo hacía el de Vittorio Gassman en la película Il Sorpasso. Esa escapada era el símbolo de la modernidad. Huir, huir sin sentido alguno en medio de una ciudad vacía hasta caer en el acantilado. Cantaba Gloria Lasso la luna de miel y las parejas pegadas con un sudor de colonia Myrurgia bailaban los boleros de Nat King Cole y de los Cinco Latinos en el Elefante Blanco, en Micheleta, en Gayango, en la parrilla del Rex, y aquellas chicas de faldas tubulares se ponían muy tiernas e incluso se dejaban morrear cuando sonaba el saxo con la melodía de «Petite Fleur».


Por lo demás seguía declarado el estado de excepción debido a la huelga de los mineros de Asturias, la policía social estaba pasando la lima del siete por los bajos de la clandestinidad y con ayuda de delatores de dentadura mellada descargaba cada día una gran cosecha de estudiantes sospechosos en los sótanos de las comisarías”.



D. Manuel Vicent es un escritor minucioso y detallista que siempre muestra en sus libros esa delicadeza tanto desde un punto de vista formal, con una prosa ubérrima, como en la construcción del propio relato. Me gustaría destacar un par de escenas de la novela que sirven para ejemplificar el talento del autor ante dos situaciones totalmente antitéticas. Por una parte el relato ambientado en el café Gijón, donde aparecerán, entre otros, Edgar Neville, Miguel Miura, el actor Enrique Guitart, Pepe López Rubio, Fernando Fernán Gómez, etc…, en el que el autor nos va a narrar la peripecia del león y del mono Manolo. Se trata de un fragmento costumbrista escrito con muchísimo sentido del humor, pero a la vez con ese indefinible sentimiento de desamparo: “A partir de ese día, el mono Manolo se hizo el dueño y señor del Café Gijón, y el lance del león fue suficiente para que David fuera admitido como pasajero con todos los honores en aquella barcaza de náufragos hambrientos de gloria y de pepitos de ternera”. La otra escena, en clara contraposición con la anterior es el relato del encarcelamiento de David en los calabozos de la Puerta del Sol en la que el autor nos hará una descripción desgarrada del uso de la brutalidad. Pero, y ahí vuelve de nuevo el parentesco de David con D.Quijote encontrará una manera de sobreponerse y sublimar tanto dolor:



“David recordó la historia de un prisionero que había pasado el resto de su vida en una mazmorra. Quienes pudieron contarlo decían haber tenido la sensación de que el tiempo se había fundido y solo quedaba el espacio frente a un muro que estaba a solo dos metros de distancia iluminado por una alta aspillera, y que ese horizonte acababa por penetrar en el cerebro a través de los ojos cerrados. En ese muro, algunos prisioneros habían arañado con las uñas negras versos sublimes y blasfemias impronunciables, habían expresado sus sueños de libertad rubricándolos con lamparones de esperma, pero el prisionero condenado a cadena perpetua ideó la única forma que tenía de escapar: dibujó en el muro de la mazmorra una ventana abierta a un paisaje de palmeras con un mar al fondo y a través de ella había logrado fugarse hacia dentro de sí mismo. David llegó a la idea de que era posible navegar hacia una isla del tesoro en un velero a su antojo sobre un mar de dulzura, sin abandonar esta maldita celda de la Dirección General de Seguridad iluminada por una alta bombilla polvorienta fuera de su alcance”.



Ya, por último y para terminar esta larga reseña, sí me gustaría incidir en algunos aspectos que entiendo fundamentales a la hora de estudiar esta novela. “Ava en la noche” es una novela deliciosa escrita con mucho talento y oficio. Fiel a su estilo se puede apreciar el uso habitual de sus antítesis y dualidades y el uso de prosa suya plena de carnalidad y sensualidad meridional. En esta novela objeto de estudio el autor nos muestra algunas escenas realmente sublimes que nos emocionaran, nos harán sonreír o, simplemente, que no es poco, nos dejarán en un clamoroso silencio pensativo. Tal y como ocurre en el Quijote, cuando terminemos la lectura siempre nos quedará la duda razonable de dónde está esa inapreciable línea que separa la realidad de la ficción, lo veraz de lo falaz. Esta “duda razonable” aparece en muchos lugares de la novela. Como colofón de este análisis os transcribo este fragmento que siempre nos dejará en duda de si este diálogo de Luis García Berlanga y del protagonista fue la auténtica génesis de la película “El verdugo”



“Vamos a ver, en nuestra tierra la gente tiene mucha imaginación. Hagamos una prueba: cuéntame aquí de pie, en un minuto, una historia para un guion. Como se hace en Hollywood. Ya sabes, allí pagan una pasta por una buena idea.
—¿Una idea?
—Eso es. Sin pensar. Lo primero que se te ocurra.
—Pues… No sé… A ver… Se trataría de un verdugo pusilánime a quien el propio reo tuvo que darle ánimos en el momento de manejar el garrote —dijo David al recordar, de pronto, la ejecución de la envenenadora de Valencia”.



Dicho todo lo cual y teniendo en cuenta todo lo expuesto más arriba e intentando ser lo más fiel posible a mi conciencia y a modo de entender el arte de la literatura, creo que la puntuación que más justicia haría a “Ava en la noche” del gran escritor castellonense D.Manuel Vicent sería de un 8,25/10.

(Para ilustrar esta reseña os dejo un curioso reportaje sobre el rodaje de la película "55 días en Pekín" que rodó en Madrid Ava Gardner)






viernes, 5 de junio de 2020

Terra Alta. Javier Cercas

Título: Terra Alta
Autor: Javier Cercas.
Editorial: Planeta.
Colección: Autores Españoles e Iberoamericanos
ISBN: 9788408217848
Primera Edición: 5 de noviembre de 2019
Páginas: 384



“Creer en Dios es una apuesta segura: si pierdes no pierdes nada,
 si ganas lo ganas todo…”
(Blaise Pascal)


“Pero las heridas de verdad son las otras. Las que nadie ve. Las que la gente lleva en secreto. Ésas son las que lo explican todo, pero de ésas nadie habla.
Y, quién sabe, a lo mejor está bien que así sea.”
“La mitad de un libro la pone el escritor, la otra mitad la pones tú”.
(Terra Alta. Javier Cercas)

“¿Puede acaso el destino ser malo como un ser inteligente,
y llegar a ser monstruoso como el corazón humano?”
(Los Miserables, Victor Hugo)





Ayer terminé la lectura de la última novela galardonada con el Premio Planeta 2019 “Terra Alta” de Javier Cercas a media tarde. Durante toda la tarde estuve dándole vueltas en mi cabeza a su lectura y consultando mi cuaderno de notas. Cuando me acosté no podía parar de pensar en la novela y ya, totalmente desvelado, me levanté y cogí la novela y comencé a repasarla de nuevo. Tengo que reconoceros, queridos amigos seguidores de este blog literario, que esto, afortunadamente, no me suele ocurrir con mucha frecuencia. Esta segunda lectura, a horas ciertamente intempestivas, en el silencio de la noche me ha ayudado, sin duda alguna, a aquilatar y afinar mis impresiones en la lectura previa. Para escribir este análisis literario voy a intentar ser lo más objetivo posible intentando aplicar las premisas propias e inherentes a cualquier método de análisis científico. Porque, como bien decía uno de mis mejores maestros, de recuerdo indeleble para mí, durante mi formación intelectual, la filología es una ciencia tan “científica” como la física o las matemáticas. Y es, precisamente bajo esta premisa fundamental, como afronto este análisis.



Antes de entrar en materia sí me gustaría hacer algunas consideraciones previas que, en mi opinión, son necesarias e imprescindibles. Javier Cercas es para mí unos de los autores más interesantes que tenemos en la actualidad en nuestro panorama literario. Y lo es porque es diferente a los demás, porque se trata de un intelectual, de un filólogo, de un hombre de una sólida cultura metido a escritor. Y esta premisa es fundamental para intentar profundizar en su obra literaria. Durante la trayectoria de este blog ya he estudiado y analizado dos de sus novelas anteriores: Las leyes de la frontera y El impostor. Recomendaría al lector que, si es posible, repasasen estas reseñas (están hiperenlazadas) que, de alguna manera, complementaran este análisis porque todas sus novelas, en cierto modo, hay que entenderlas como partes de un mismo “corpus”.



En “Terra Alta” Javier Cercas nos propone una novela para mí muy complicada de definir. Una definición muy simplista, y por lo tanto injusta y además sesgada, sería decir que estamos ante una novela adscrita al género negro, puesto que hay un asesinato y una investigación subsiguiente. Pero esto sería quedarse en la lectura más obvia y superficial. “Terra Alta” es mucho más que una novela negra y quedarnos únicamente en este nivel de lectura solo podría provocarnos, en muchos casos incomprensión y desilusión. El texto que nos propone el autor es mucho más complejo que eso, es una profunda reflexión, como por otra parte lo son todas sus novelas, sobre la condición humana. Y creo que es necesario profundizar en todos los niveles de lectura. Entiendo que muy exigente porque se nos propone un texto, no lo olvidemos, escrito por un intelectual. Sin duda si únicamente nos quedamos en el nivel más obvio y evidente, de la novela negra, no habremos entendido absolutamente la riqueza de esta novela. Cercas como filólogo, al igual que en todas sus novelas, nos propone un libro exquisito para los que amamos la literatura con esa imagen especular con “Los miserables” la obra maestra de Victor Hugo y, en mi opinión, una de las obras capitales de toda la literatura universal. Y como para el protagonista de la novela, Melchor Marín, será una guía iniciática que marcará su vida y sus acciones. Posteriormente, a lo largo de este análisis profundizaré más, dentro de las estrechas posibilidades que ofrece una reseña de estas características, en el tema de los niveles de lectura y, como creo que mejor se define “Terra alta” es una magnífica novela sobre la metaliteratura. Por lo que entiendo, perfectamente, que si no “rompemos” esa barrera de profundizar en otros niveles de lectura nos pueda parecer una novela policiaca del montón.



Como ya es habitual, llegados a este punto de la reseña, creo que lo más adecuado es pergeñar, aunque sea someramente, una sinopsis argumental de la novela. Como ya advertía un poco más arriba lo más importante, lo más interesante de la novela hay que encontrarlo en otros niveles más profundos de lectura que el nivel superficial que nos puede relatar su sinopsis argumental. En cualquier caso paso a transcribirla a continuación.



“Un crimen terrible sacude la apacible comarca de la Terra Alta: los propietarios de su mayor empresa, Gráficas Adell, aparecen asesinados tras haber sido sometidos a atroces torturas. Se encarga del caso Melchor Marín, un joven policía y lector voraz llegado desde Barcelona cuatro años atrás, con un oscuro pasado a cuestas que le ha convertido en una leyenda del cuerpo y que cree haber enterrado bajo su vida feliz como marido de la bibliotecaria del pueblo y padre de una niña llamada Cosette, igual que la hija de Jean Valjean, el protagonista de su novela favorita: Los miserables.



Partiendo de ese suceso, y a través de una narración trepidante y repleta de personajes memorables, esta novela se convierte en una lúcida reflexión sobre el valor de la ley, la posibilidad de la justicia y la legitimidad de la venganza, pero sobre todo en la epopeya de un hombre en busca de su lugar en el mundo”.



Desde un punto de vista meramente formal Javier Cercas nos plantea un relato en dos planos temporales que se van alternando y entrecruzando a lo largo del texto. Un primer plano sería el relato de la investigación criminal del asesinato del matrimonio Adell, narrador en tercera persona y en tiempo presente y, por otra parte, el relato en tercera persona y en tiempo pasado en el que el autor bucea en el pasado del protagonista. Este relato retrospectivo, para mí, resulta más importante incluso que el propio relato de la investigación. Espero no equivocarme si digo que Cercas ha puesto mucho más de él en esta “segunda” trama que, propiamente en la principal. El tema realmente importante es lo que ya planteó Victor Hugo cuando escribió su magna obra “Les Misérables”, un tema intemporal que mientras que los seres humanos pueblen la faz de la tierra, siempre habrá algún hombre (o mujer, por supuesto) que tendrá la sensación de  que Víctor Hugo escribió esa novela pensando en él. Es un placer leer “Terra alta”, como toda la obra narrativa de ese intelectual metido a novelista que es Javier Cercas y disfrutar de ese amor que destila por la literatura y por su compromiso social y existencial que deja patente en su obra. A continuación dejo un pequeño párrafo que, leyéndolo en un nivel más profundo de lectura, es toda una declaración de intenciones por parte del autor a la hora de entender su narrativa:



“Como la semana anterior, la biblioteca acababa de abrir; como la semana anterior, estaban solos.
—Pasternak era poeta —dijo Olga—. ¿Te gusta la poesía?
—No mucho —reconoció Melchor, que apenas había leído poesía—. Los poetas me parecen novelistas perezosos.
Olga se quedó pensativa.
—Puede ser —dijo—. Aunque a mí casi todos los novelistas me parecen poetas que escriben demasiado”.



Enfrentarme a esta crítica literaria me ha permitido volver a consultar mis cuadernos de notas sobre las anteriores novelas que ya reseñe con anterioridad en este blog literario. Y esta vuelta atrás, retrospectiva, me ha ayudado a comprender la solidez y coherencia de toda la obra narrativa de Cercas. Como dije más arriba el autor volverá a hablar de sí mismo, eso sí, variando el ángulo de incidencia, el punto de vista, para enriquecer su mirada. Entiendo que “Terra alta” no sea, probablemente, una gran novela “negra” al uso. Algunos giros de “guión” están muy forzados, como por ejemplo todo lo relativo al atentado terrorista de Cambrills, la resolución del caso que honestamente resulta poco creíble e incoherente con la investigación (no voy a entrar en más detalles para no reventar la novela). El lector no debe buscar exclusivamente una brillante investigación criminal en la que todo el mecanismo funciona con la precisión de un reloj suizo. Como decía al principio no debemos considerar “Terra alta” como una novela negra en “strito sensu” es muchísimo más y ese muchísimo más es lo que hace de este libro una magnífica novela.



Terminó la novela conmocionado, con la certeza de que ya no era la misma persona que empezó a leerla, y de que nunca volvería a serlo”.





El personaje de Melchor Marín es, sin duda alguna, el más interesante de toda la novela. Y para comprenderle en su esencia es necesario volver a “Les miserables” que es, por así decirlo y aunque suene hiperbólico, esa gran novela que engloba a todas las demás. Amigo lector si aún no has leído esta obra maestra, sin duda alguna, te recomiendo encarecidamente su lectura. En cualquier caso, voy a transcribir un fragmento (a pesar de su extremada longitud) que explicita muy bien esta relación del protagonista con la obra de Hugo.



“«De la sociedad no había recibido sino males. Los hombres no le habían tocado más que para maltratarle. Todo contacto que con ellos había tenido había sido una herida. Nunca, desde su infancia, exceptuando a su madre, nunca había encontrado una voz amiga, una mirada benévola. Así, de padecimiento en padecimiento, llegó a la convicción de que la vida es una guerra, y de que en esta guerra era él el vencido. Y, no teniendo más arma que el odio, resolvió aguzarlo en el presidio, y llevarlo consigo a su salida».



Estas palabras le enervaron, le sublevaron, le electrizaron, terminaron de compenetrarle con Jean Valjean, aquel convicto que jamás reía, hosco, desdichado, sombrío y absorto, que «parecía ocupado siempre en mirar cosas terribles». Se identificó por completo con él: la furia de Jean Valjean era su furia, el dolor era su dolor, el odio era su odio. La compenetración, sin embargo, duró poco. Apenas unas páginas después, Jean Valjean cambió de nombre y se convirtió en el señor Magdalena, el industrioso y virtuoso y santo y sabio y respetado señor Magdalena, y Melchor sintió que se le volvía un personaje ajeno y estomagante. Fue justo entonces cuando, venturosamente (al menos venturosamente para él), apareció en la novela Javert, un policía con ojos de ave rapaz, corazón de madera y cara de perro nacido de una loba, un desarraigado sin esperanza y sin futuro, hijo de un presidiario y una pitonisa, que encuentra su arraigo, su esperanza y su futuro en el apego intransigente a la causa de la ley y se convierte en el perseguidor inflexible de Jean Valjean, en su enemigo a muerte, en su Némesis.



Javert le encandiló. Lo que Melchor sentía por aquel ser marginal y marginado era mucho más complejo y más sutil que lo que había sentido por Jean Valjean. Javert era el malvado de la novela, el autor lo había creado para que atrajera el desprecio del lector con su rocosa antipatía, su vehemencia legalista y su fanatismo por momentos diabólico. Aquello estaba claro. Pero Melchor también sabía que, tal vez a despecho del autor, Javert tenía otra cara, y sentía que, en su terca defensa de las normas, en su empeño inflexible en combatir el mal y hacer justicia, había una generosidad y una pureza diamantinas, un afán idealista, caballeresco y sin dobleces por proteger a quienes carecían de otra protección que la ley, una conciencia heroica de que alguien debía sacrificar su reputación y su bienestar personal para preservar el bienestar común. Frente a la empalagosa virtud pública del señor Magdalena, Javert personificaba la virtud disfrazada de vicio, la virtud secreta, la verdadera virtud.



Tengo que confesaros que, generalmente, y después de tantos años dedicado a la crítica literaria cada vez me siento más descreído respecto a los grandes certámenes literarios. Llevo muchos años siguiendo los Premios Planeta y en, muchos casos, fueron galardonadas novelas de una calidad, por decirlo suavemente, muy discutible. En esta edición de 2019 el jurado estuvo integrado por Alberto Blecua, Fernando Delgado, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regàs y Belén López, directora de Editorial Planeta y secretaria del jurado con voto. En esta ocasión han apostado por una novela arriesgada. Sí, arriesgada. Porque estoy seguro que al lector habitual del género negro le va a resultar, por decirlo de alguna manera, decepcionante porque no está escrita ni planificada siguiendo los manidos patrones al uso de este género: resolución brillante de un enrevesado caso criminal en donde, hasta el último momento el autor juega al gato y al ratón con el lector, para sorprenderle con una brillante resolución, etc, etc... Por eso mismo considero que el jurado ha tomado una decisión muy valiente a la hora de premiar “Terra alta”.



Al poco tiempo de la concesión del Premio Planeta a Javier Cercas en diferentes artículos de prensa e incluso en radio y televisión se hizo mucho hincapié, en todas las entrevistas, sobre algunas opiniones políticas relativas a la situación catalana que aparecen en la novela, como por ejemplo que Melchor Marín sea el héroe de Cambrills, etc... Honestamente después de leer y releer la novela no le encuentro ningún sentido narrativo a su inclusión. Más bien podría parecer una intención de polemizar para así darle más visibilidad (y mayores ventas a la novela). Dicho con todo mi cariño creo que ni el relato, ni el libro, ni, por supuesto, un grandísimo escritor como Javier Cercas lo necesitan. Como ejemplo cito un párrafo de la novela cuya inclusión no aporta absolutamente nada ni al personaje ni al desarrollo narrativo del texto.



“El sentimiento resultó ser exacto, como demostró el hecho de que el grupo ni siquiera se agrietara en los días anteriores y posteriores al referéndum independentista del 1 de octubre, poco después de su llegada a la Terra Alta, cuando el Tribunal Constitucional suspendió la consulta, los jueces ordenaron a los Mossos d’Esquadra que impidieran la votación y, presionados por los políticos independentistas que habían convocado el plebiscito ilegal desde el gobierno autónomo, los mandos del cuerpo dieron a sus subordinados instrucciones soterradas pero suficientes de que no obedecieran a los jueces, o no demasiado, o no del todo. Esta discrepancia entre las órdenes explícitas de la judicatura y las órdenes implícitas de los mandos provocó tensiones en casi todas las comisarías del cuerpo; también en la de la Terra Alta. Quien más las padeció en la Unidad de Investigación fue el sargento Blai, que se enzarzó en varios altercados verbales con compañeros de Seguridad Ciudadana partidarios de facilitar la celebración del referéndum, como mínimo de no impedirlo. Melchor y Salom asistieron a una de esas trifulcas mientras tomaban café una mañana en el comedor de la comisaría; luego, ya a solas los tres, el caporal trató de apaciguar al sargento quitando hierro a la disputa y bromeando con su condición de independentista. La broma acabó de soliviantar a Blai.
—Me cago en Dios, Salom —dijo, agarrando al caporal de la solapa de su camisa—. Yo soy independentista desde que mi madre me parió, no como esta panda de conversos que nos gobiernan y que nos dejarán en la estacada en cuanto puedan. Pero antes que independentista soy policía, y los policías estamos para hacer cumplir la ley, o sea para hacer lo que digan los jueces, no lo que nos salga de los cojones. Y si los putos jueces me ordenan que cierre los colegios, yo me pongo en primer tiempo de saludo, me meto mi independentismo por el culo, cierro los colegios y en paz. ¿Ha quedado claro?”



Para no alargarme mucho más en este extenso análisis, sí me gustaría destacar algunos aspectos a modo de colofón. Javier Cercas es hoy por hoy uno de los mejores autores que tenemos en la actualidad. Todas sus novelas muestran una gran riqueza que requiere de un cierto esfuerzo por parte de los lectores para adentrarse en los niveles de lectura más profundos en donde está la esencia de sus obras. No me cabe la menor duda que pronto (si aún no lo es) Javier Cercas aparecerá en los manuales de literatura. Ya para terminar este análisis voy a citar el último párrafo de la reseña de su novela “El Impostor” que escribí en noviembre de 2014 y que puedo suscribirlo punto por punto por su vigencia.



“Dicho todo lo cual, y a modo de colofón final, sí me gustaría destacar que “El impostor” es un magnífica novela que me ha impresionado notablemente. Un texto de gran riqueza y valor literario que permite hacer una lectura en varios planos. Aunque tengo que admitir, de nuevo, que es una novela que puede no gustar a todos los públicos porque, insisto, es un texto exigente, un texto con referencias culturales y eruditas que, tal vez, no sean del agrado de algunos lectores más acostumbrados a otro tipo de literatura más sencilla y lúdica. Pero, dicho esto, tengo que felicitar a Javier Cercas por esta novela tan acabada y tan conseguida con que nos ha obsequiado a los amantes de la buena literatura y aconsejaros, encarecidamente, la lectura de esta novela que, con toda seguridad, os dará que pensar y no os dejará indiferentes”.



Dicho todo lo cual y teniendo en cuenta todo lo expuesto más arriba e intentando ser lo más fiel posible a mi conciencia y a modo de entender el arte de la literatura, creo que la puntuación que más justicia haría a “Terra Alta”, novela galardonada con el Premio Planeta 2019 del escritor Javier Cercas sería de un 8,75/10.


(Como ilustración a la reseña os adjunto un video de una presentación de la novela por parte de su autor)





lunes, 1 de junio de 2020

A corazón abierto. Elvira Lindo

Título: A corazón abierto.
Autor: Elvira Lindo.
ISBN: 9788432236365
Editorial : Seix Barral
Fecha edición: 3 de marzo de 2020.
Páginas: 384.





Hoy viene a este blog literario un libro diferente. Un libro que en su misma esencia me resulta poco menos que indefinible o, por decirlo de alguna manera, difícil de clasificar. Me resistiré a hablar de este libro como una novela porque creo que se resiste a verse definido en esta categoría. Tampoco sería un libro de memorias, de ninguna manera. Más bien es un libro personal de la escritora gaditana Elvira Lindo que, por tratarse de un libro tan personal (valga la redundancia), no permite encasillarlo dentro de un género literario al uso.Y es precisamente desde esta inevitable indefinición formal, donde he querido enmarcar el análisis de “A corazón abierto” el último libro publicado por la autora gaditana.



Como adelanto al tenor general de este análisis literario creo que “A corazón abierto” es un libro entretenido, probablemente escrito con una sencillez “premeditada” y una estructuración anárquica en aras a un propósito estético y narrativo. Me ha parecido un libro interesante y de sencilla lectura que probablemente no defraudará a los lectores. Escrito con sentido del humor en muchos momentos y, en otros muchos, con una mirada melancólica a aquellos años que nunca volverán… Simplemente, aunque no fuera más que como estudio sociológico y antropológico de los españoles de los años sesenta y setenta ya merecería la pena su lectura. Pero todo esto que he anunciado lo iré desarrollando y argumentando a lo largo de este análisis literario.



Como es habitual comenzaremos por pergeñar, en unas pocas líneas, la sinopsis argumental de “A corazón abierto”, para este loable fin me permitiré transcribir la sinopsis que nos ofrece la propia editorial porque creo que cumple sobradamente con su labor.



“El auge y declive de una gran pasión, el amor feroz de dos personas que parecían conjurarse en contra de una vida serena.

Partiendo de un episodio ocurrido en Madrid en 1939, la narradora de esta historia cuenta la apasionada y tormentosa relación de sus padres, y cómo la personalidad desmedida de él y el corazón débil de ella marcaron el pulso de la vida de toda la familia.

Elvira Lindo narra en A corazón abierto la historia de un hombre y una mujer que vivieron una gran pasión, un amor feroz, agitado siempre por la presencia de los niños, por los cambios de domicilio, por la enfermedad y por unas personalidades que parecían conjurarse en contra de una vida serena.

En esta novela, Elvira Lindo convierte a sus padres en personajes literarios para aproximarse a ellos con libertad, lucidez, humor y empatía. Una historia sorprendente a veces, emocionante siempre, en la que Elvira recuerda e inventa en la misma medida «porque contaba con tantas evidencias como misterios en torno a la historia de estos dos personajes de los que he acabado prendada, de tal manera que me ha costado desprenderme de este universo tan íntimo para entregarlo a cualquiera que desee sumergirse en él»”.



Ayer, cuando cerré el libro después de su lectura tuve una contradictoria sensación. Una indefinible sensación de cómo abordar el análisis de este texto. Por una parte, como referí al principio de esta reseña, me ha parecido un libro agradable de leer, entretenido y amable para el lector; sin embargo, al entrar en una mirada más analítica me he sentido desconcertado por su aparente falta de estructura narrativa, por sus anárquicas idas y venidas en su relato temporal que, y lo digo con honestidad, me han dado una sensación de una excesiva “espontaneidad”. Pero, sin embargo, esta aparente falta de “organización”, ya se trate de reflexiva y meditada con un fin estético o fruto de la improvisación, el caso es que, a lo largo de todo el libro, mantiene, más o menos, el interés. Personalmente la parte que más me ha interesado, como crítico literario, ha sido el capítulo final de la novela titulado “El niño y la bestia”. Se trata de un relato (y retrato) costumbrista narrado con belleza y veracidad del Madrid de la posguerra visto a través de los ojos de un niño. Y, tengo que confesar que me lo he creído. Los lectores habituales de este blog literario saben que me suelo mostrar muy crítico con las novelas que se narran a través de los ojos de un niño, por la dificultad de hacer creíble que nos lo narra un niño y no un autor adulto haciéndose pasar por niño. En este capítulo final Elvira Lindo sí consigue dar esa sensación de veracidad y, como he comentado, no resulta, en absoluto nada fácil.





El libro está estructurado en ocho capítulos que no representan una unidad temática cerrada puesto que Elvira Lindo nos propone un relato absolutamente acronológico en el que se producen constantes saltos temporales. De hecho el comienzo se produce en tiempo “real” para dar paso a unos constantes “flashbacks” (valga este anglicismo tan cinematográfico). La narración es en primera persona, en la voz de la autora y está narrado en tiempo pasado por que el tiempo narrativo es el actual cuando Elvira Lindo rinde homenaje a su padre a través de esta novela. Es precisamente ella misma la que nos da, en un ejercicio de sinceridad con ella misma y con sus lectores, muy encomiable, por cierto, la clave de su interpretación



“Hacía tres años que había muerto mi padre y yo andaba tanteando el terreno para escribir sobre él. No quería hacer un ejercicio nostálgico, no soy proclive a la nostalgia, tampoco una suerte de memorias, ni algo puramente sentimental. Deseaba que la escritura fuera la continuación natural de un ejercicio al que me había entregado desde niña: a observar, a observar a mi padre, a tratar de entender un comportamiento errático, imprevisible, que iba de la calidez a la furia sin darte tiempo a reaccionar. No hay persona a la que yo haya dedicado más horas de conversación que a mi padre. Desde el análisis que hacíamos de él mi hermana y yo con nuestra manía de exprimir los asuntos hasta que se agota el sentido de las palabras, a esas horas de terapia a las que tantas veces he acudido para calmar mi ansiedad y en las que la presencia paterna ha acabado por acaparar el espacio que yo debía dedicar a mis propias neurosis. Aunque podría trazar una línea clara y certera de sus obsesiones a las mías, de sus angustias a las mías, porque es inevitable reproducir algo de los esquemas mentales de quien te educó, jamás eso mermó mi cariño. Como él, soy dura y no tiendo a culpar a los demás de mis incapacidades. Dicen que de los muertos se acaba añorando más las manías que te irritaban que la coherencia de sus actos: si hay algo que yo no quisiera borrar de su recuerdo es aquello que en su día me avergonzó o me irritó. En la habitual idealización de los muertos, tan practicada en el ámbito familiar, hay una falta a la verdad que me saca de quicio”.



También es destacable que los personajes que aparecen, a excepción del personaje de Manolo, el padre de Elvira Lindo, que es, sin duda alguna el protagonista absoluto de este libro, aparecen dibujados con suaves contornos pero, es indudable, que se aprecia el cariño que pone la autora en ellos. Personalmente me ha interesado mucho el personaje de su abuela Doña Sagrario y cómo la autora ha sabido mostrarnos desde la perspectiva de una niña esa imponente figura. En “A corazón abierto” vamos a asistir a muy pocas descripciones físicas de los personajes, más bien serán una especie de descripciones-etopeyas. No me puedo resistir a transcribir un interesante fragmento del libro. En este fragmento la autora nos va a dar una importante clave para analizar el tratamiento de los personajes en este texto, dedicado, precisamente, a su abuela Doña Sagrario.  



“Hacía tres años que había muerto mi padre y yo andaba tanteando el terreno para escribir sobre él. No quería hacer un ejercicio nostálgico, no soy proclive a la nostalgia, tampoco una suerte de memorias, ni algo puramente sentimental. Deseaba que la escritura fuera la continuación natural de un ejercicio al que me había entregado desde niña: a observar, a observar a mi padre, a tratar de entender un comportamiento errático, imprevisible, que iba de la calidez a la furia sin darte tiempo a reaccionar. No hay persona a la que yo haya dedicado más horas de conversación que a mi padre. Desde el análisis que hacíamos de él mi hermana y yo con nuestra manía de exprimir los asuntos hasta que se agota el sentido de las palabras, a esas horas de terapia a las que tantas veces he acudido para calmar mi ansiedad y en las que la presencia paterna ha acabado por acaparar el espacio que yo debía dedicar a mis propias neurosis. Aunque podría trazar una línea clara y certera de sus obsesiones a las mías, de sus angustias a las mías, porque es inevitable reproducir algo de los esquemas mentales de quien te educó, jamás eso mermó mi cariño. Como él, soy dura y no tiendo a culpar a los demás de mis incapacidades. Dicen que de los muertos se acaba añorando más las manías que te irritaban que la coherencia de sus actos: si hay algo que yo no quisiera borrar de su recuerdo es aquello que en su día me avergonzó o me irritó. En la habitual idealización de los muertos, tan practicada en el ámbito familiar, hay una falta a la verdad que me saca de quicio”.



“A corazón abierto” es un canto a la nostalgia, al recuerdo, a “aquellas pequeñas cosas” como diría Joan Manuel Serrat. Especialmente, en mi modesta opinión, se aprecia en la escena en la que, tras el fallecimiento de Manolo, tienen que ir a deshacer el piso y todo lo que representaba, sentimentalmente, para la autora. Elvira Lindo no cae en falso romanticismo lacrimógeno, al contrario, nos narrará todos estos acontecimientos con mesura, con una emoción contenida que me ha gustado. Sin duda alguna, creo que este libro resultará muy del agrado de todos aquellos lectores que hayan vivido su niñez en esa frontera entre los años sesenta y setenta. Esos interminables viajes en coche, esos descubrimientos, a escondidas, de la sexualidad y de la vida adulta, esas relaciones tan “crueles”, valga la expresión, entre hermano, etc, etc.



En conclusión y para no extenderme mucho más en este análisis literario, creo que “A corazón abierto” es un libro desigual, con una aparente sensación de improvisación en su estructura narrativa pero, sin embargo, su lectura resulta entretenida y, estoy seguro, de que muchos lectores no podrán evitar sonreír al verse identificado con tantos detalles y recuerdos que nos evoca Elvira Lindo. Sin duda un hermoso canto a la nostalgia, al recuerdo y a “aquellos maravillosos” años que se nos escaparon entre los dedos para, lamentablemente, nunca más volver.




Dicho todo lo cual y valorando todo lo referido en la presente reseña y siendo fiel a mi conciencia y a modo de entender el arte literario,  creo que la puntuación que haría más justicia al libro “A corazón abierto” de la escritora gaditana Elvira Lindo, sería de un 6,50/10.



(Para ilustrar esta reseña os dejo una entrevista a Elvira Lindo sobre este libro).


viernes, 29 de mayo de 2020

La madre de Frankenstein. Almudena Grandes

Título: La madre de Frankenstein
Autores: Almudena Grandes..
Editorial: Tusquets Editores, S.A.
Colección: Andanzas. Episodios de una guerra interminable.
ISBN: 9788490667804
Fecha 1ª edición: 4 de febrero 2020.
Páginas: 560.



He escrito este libro en memoria de todas esas mujeres que no pudieron
 atreverse a tomar sus propias decisiones sin que las llamaran putas,
que pasaron directamente de la tutela de sus padres a la de sus maridos,
que perdieron la libertad en la que habían vivido sus madres para
 llegar tarde a la libertad en la que hemos vivido sus hijas”
 (La madre de Frankenstein. Almudena Grandes)



“Aquel que reza para cambiar un suceso que ya ha ocurrido, reza en vano, pues ni siquiera Dios puede hacer que el tiempo retroceda” (El Talmud).




A mi linda flor de los Andes como siempre, para siempre y por siempre.



Cada vez que me siento ante el ordenador para escribir estas críticas literarias no puedo evitar que me atenace una sensación de responsabilidad que, en algunas ocasiones, llega a ser asfixiante. Y ésta, sin duda alguna, es una de ellas. Conforme avanzaba en la lectura y análisis de “La madre de Frankenstein” de la gran escritora madrileña Almudena Grandes, me sentía como en una montaña rusa de sensaciones que, ora conseguía embargarme, ora me arrobaba, subyugándome en algunos momentos, ora me dejaba una indefinible sensación de una cierta insatisfacción. Pero sin duda alguna, lo que más desasosiego me ha producido al cerrar el libro es recordar las magníficas y encendidas críticas, casi unánimes, recibidas por mis ilustres colegas de profesión que, sin duda alguna, tienen un mayor conocimiento y profundidad de análisis que este modesto bachiller, ponderando esta novela como, probablemente, la mejor de su autora. Sin embargo, lo que para mí es indubitable, lo que representa la esencia de toda una vida dedicada a la literatura es la honestidad. Sí. La honestidad y la responsabilidad con mi conciencia y con los eventuales lectores de esta reseña. A lo largo de esta crítica podré desarrollar y argumentar, con más detenimiento, en qué sustento estas opiniones.



Para intentar avanzar en el estudio y disección de esta novela, creo que es importante detenernos en el subtítulo de la novela en la que Almudena Grandes nos va a dar la clave temática que va a desarrollar en el libro. El título completo de la novela es “La madre de Frankenstein. Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica, Manicomio de mujeres de Ciempozuelos; Madrid 1954-1956”. Este subtitulo ya es toda una declaración de intenciones que nos da la pista, el tenor, el marco temático por el que va a discurrir la novela. Que no hay que perder de vista que a su vez está inserta en un marco general mucho más amplio como es ese magno y encomiable plan que son los “Episodios de una guerra interminable”. Homenaje evidente, por parte de la autora, y nunca suficiente para todos los que amamos la literatura, a la figura de D. Benito Pérez Galdós. Más adelante, cuando entremos al fondo del análisis me gustaría extenderme algo más en la figura de Galdós y su influencia sobre esta novela que, en ningún caso es baladí.



Como ya es habitual y siguiendo la metodología y el rigor propio de un análisis literario y con la intención de enmarcar el objeto de nuestro estudio voy a proceder a transcribir la sinopsis argumental de “La madre de Frankstein” que nos propone la misma editorial Tusquets:



“En 1954, el joven psiquiatra Germán Velázquez vuelve a España para trabajar en el manicomio de mujeres de Ciempozuelos, al sur de Madrid. Tras salir al exilio en 1939, ha vivido quince años en Suiza, acogido por la familia del doctor Goldstein. En Ciempozuelos, Germán se reencuentra con Aurora Rodríguez Carballeira, una parricida paranoica, inteligentísima, que le fascinó a los trece años, y conoce a una auxiliar de enfermería, María Castejón, a la que doña Aurora enseñó a leer y a escribir cuando era una niña. Germán, atraído por María, no entiende el rechazo de ésta, y sospecha que su vida esconde muchos secretos. El lector descubrirá su origen modesto como nieta del jardinero del manicomio, sus años de criada en Madrid, su desdichada historia de amor, a la par que los motivos por los que Germán ha regresado a España. Almas gemelas que quieren huir de sus respectivos pasados, Germán y María quieren darse una oportunidad, pero viven en un país humillado, donde los pecados se convierten en delitos, y el puritanismo, la moral oficial, encubre todo tipo de abusos y atropellos”.



Empezaré este análisis literario por el final. Me explico. Me ha parecido interesantísimo ese capítulo final, a modo de epílogo, titulado “La historia de Germán. Nota de la autora”. Me ha interesado sobremanera porque la autora en primera persona nos ha permitido acercarnos a la génesis del proceso creativo, a ese momento “mágico” de la creación literaria. Contemplaremos cómo la autora levanta los cimientos de su novela a partir de determinados hechos reales y una prolija labor de documentación y cómo va tomando forma y vida en sus manos. A mí, como ya he referido, me ha parecido delicioso este epílogo por la honestidad y la generosidad de Almudena Grandes por permitirnos asomarnos a ese “sancta sanctorum”, a ese reducto tan íntimo y personal de un escritor que, sin embargo, ella no ha tenido ningún remilgo en mostrarnos abiertamente.



Entrando ya propiamente en este análisis y para ser lo más didáctico posible en su exposición voy a intentar diseccionar la novela desde diferentes aspectos. En primer lugar vamos a estudiar el texto desde un punto de vista narrativo y estructural. “La madre de Frankenstein” es una novela estructurada en cuatro grandes partes: I. El asombro (1954), II. La compañía (1955), III. La soledad (1956) y IV. La madre de Frankenstein (y el epílogo anteriormente citado). Sin embargo sería muy miope considerar que la narración está tan ordenada y tan estructurada linealmente (en lo que se refiere al tiempo narrativo). Almudena Grandes es una de las mejores escritoras (y escritores, obviamente) y constantemente nos propondrá tanto cambios de narrador como cambios temporales y espaciales. Intentaré explicarme un poco más. A pesar de que por su planteamiento sea una novela muy exigente para el lector, la autora consigue hacer fácil su lectura. Con una técnica, que sólo ella maneja con tanta solvencia, nos permite pasar de la voz de un narrador en tiempo presente narrativo a otro segundo narrador en tiempo pasado en la línea siguiente. Y lo realmente difícil es que el lector comprende y asimila, perfectamente, este salto narrativo. La autora opta por utilizar tres voces narrativas: el doctor Germán Velázquez, María Castejón y Aurora Rodríguez Carballeira. Esta técnica narrativa nos va a permitir subjetivar la narración y darle una mayor veracidad. Llegado a este punto me gustaría puntualizar las críticas de algunos lectores que consideran el sectarismo de los personajes que pueblan las novelas de Almudena Grandes. Las críticas suelen observar que sus personajes son excesivamente “maniqueos” en los que los buenos son muy buenos y los malos son malísimos. Hay que considerar que la autora, por así decirlo, entiéndaseme, queda al margen de la narración. La apreciación que tenemos sobre la maldad o bondad de ciertos personajes es el punto de vista y por tanto muy subjetivo, como no podía ser de otro modo, del personaje que narra la historia.



Desde un punto de vista estilístico todas sus novelas muestran algunos rasgos interesantes que no pueden quedar al margen de un análisis literario. En “La madre de Frankenstein” hay muchos momentos realmente enjundiosos, solo a modo de ejemplo voy a citar un fragmento que mediante el uso de la expresión “en francés” convierte este texto en prosa en una suerte de prosa poética gracias a una especie de anáfora:



En francés escuché que mi palabra no tenía ningún valor, que mi dinero alcanzaría para comprar un billete de barco de tercera clase a Marsella, que eso daba igual porque no estaba autorizado a abandonar Orán. En francés me explicaron que para mí sólo había dos futuros posibles, una invitación expresa del ciudadano suizo que se hubiera ofrecido a acogerme en su casa, siempre que proporcionara garantías suficientes al Gobierno de París de que no iba a quedarme a vivir en su territorio y llegara acompañada de un billete que sólo él podría comprar y enviarme, o un campo de trabajo donde me reencontraría con la mayor parte de mis compañeros del Stanbrook, que se estaban incorporando ya a las obras de construcción del ferrocarril transahariano. En francés, una variante horrible y cargada de faltas de ortografía, escribí una carta al doctor Goldstein, explicándole mi situación, rogándole que escribiera a mis padres para que supieran que estaba vivo y a salvo, ofreciéndome a devolverle el importe de mi billete si se decidía a enviármelo. En francés me relacioné con los gendarmes que me trajeron la comida y me vendieron tabaco durante el mes y medio que pasé en un calabozo de aquella comisaría, donde ocasionalmente tuve algunos compañeros franceses y argelinos, nadie con quien pudiera hablar en español. En francés me recibió el comisario, …”



Comentaba al principio que esta novela es claramente deudora de D. Benito Pérez Galdós, probablemente uno de los autores más notables de la historia de la literatura en lengua castellana, y Almudena Grandes, en este centenario del fallecimiento de nuestro genial autor, le homenajea no solo explícitamente, como en el siguiente fragmento, sino también en su manera de narrar y en esa “asimilación” que sufre el personaje de María Castejón con la inmortal figura de Fortunata:



Eso pensé yo cuando me leí Tormento, que fue la primera y me encantó, pero tanto, tanto... Lo bueno de Galdós era que no se acababa nunca. Esos seis tomos tan gordos, ¡qué gusto! El caso es que doña Aurora también los tenía pero, claro, cuando yo iba a su cuarto a leer, era muy pequeña y me gustaban más otras cosas. Total, que en el verano de 1949, los señores me dieron dos semanas de vacaciones, que las del año anterior se las habían comido, porque como empecé a trabajar para ellos en septiembre del 47, dijeron que no me tocaban, pero en agosto del 49, me fui quince días a Ciempozuelos, con permiso de las monjas, claro está, y me llevé uno de los tomos de las novelas de Galdós de la parroquia. Me metí en el cuarto donde está ahora mi abuela, ese que tiene una forma tan rara, en el Sagrado Corazón, y aunque ella me interrumpía mucho, y me pedía que la ayudara cada dos por tres, me leí Fortunata y Jacinta dos veces seguidas. Es que cuando la terminé, no me apetecía leer ninguna otra cosa, así que me la empecé otra vez. Y no me arrepentí, no crea, me pareció un libro maravilloso”.




Como ya sugiere el subtítulo de la novela “Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica, Manicomio de mujeres de Ciempozuelos; Madrid 1954-1956” la autora nos va a proponer una novela, extraordinariamente documentada, que nos va a transportar a una época muy gris de nuestra historia reciente. Ejemplo de esta exhaustiva labor de documentación sería este párrafo:



“No creo necesario detenerme mucho en la obra de Antonio Vallejo Nájera, célebre autor de la teoría del llamado «gen rojo», que establecía una relación directa entre el marxismo y la debilidad mental, o imbecilidad, como escribió él en ocasiones. Pero, por si algún lector tiene alguna duda, aclaro que lo que Germán Velázquez aprendió de su padre es rigurosamente cierto. También lo es que las teorías eugenésicas que Vallejo desarrolló en obras como Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza (1937), Eugamia: selección de novios (1938) o Política racial del nuevo Estado (1938), dieron amparo teórico al robo de niños recién nacidos que se practicó a lo largo de la dictadura franquista, primero en las cárceles, arrancando a los bebés de los vientres de las presas políticas, después en clínicas privadas y coyunturas mucho menos dramáticas que la que se cuenta en esta novela. A menudo, bastaba con que una mujer acudiera sola a determinadas clínicas para que saliera sin el bebé que acababa de parir y con un falso certificado de defunción del niño, o la niña, que crecerían en una familia ajena, sin conocer a sus verdaderos padres. Y aunque no puede achacarse responsabilidad directa en este asunto a ninguna orden religiosa, ni a la Iglesia católica como institución, lo cierto es que, desde que se empezó a investigar con rigor, no es raro encontrar algún sacerdote, o alguna monja, trabajando mano a mano con algún médico en las redes que se dedicaron a robar niños en la España de Franco y aún después”.



La propia Almudena Grandes nos describe los mimbres de su novela: “La madre de Frankenstein es una novela de ficción construida sobre hechos reales. Mi inspiración original fue, desde luego, la vida y la muerte de Aurora Rodríguez Carballeira, una realidad que parece un alucinante, incluso delirante, argumento de ficción. Porque alrededor de la madre de Hildegart, de su vida, de su crimen y su destino, se fueron trenzando un buen número de historias, algunas falsas y muy hermosas, otras ciertas y mucho más feas”. A lo largo del relato desfilarán más de 100 personajes que, incluso los más episódicos, están trazados con pulso firme y llenos de vida. Con toda seguridad los lectores guardarán en su recuerdo a muchos de estos personajes, algunos entrañables, otros en su mezquindad aborrecibles, pero siempre, como señalaba un poco más arriba, vivos. Otro de los grandes aciertos que tiene la exquisita edición de Tusquets es el detallado censo de personajes que aparece al final del libro, ordenados con criterios  “topográficos”. A través de los personajes la autora nos mostrará, descarnadamente, aquella triste realidad de los vencidos en la guerra, de las mujeres, de los homosexuales y, en definitiva, como siempre, de los más desfavorecidos:



“En 1941, en aquel cursillo al que asistió a la fuerza, Eduardo conoció a otro homosexual, un hombre de cuarenta años y aspecto muy sombrío, casado, con hijos, que hablaba poco y daba la impresión de estar completamente doblegado. El primer día tomó la palabra para confesar en público sus pecados y su arrepentimiento en un tono de humillación tan impúdico que daba vergüenza escucharle. Pero a uno de los asistentes del director del cursillo, un sacerdote recién salido del seminario que se llamaba Pedro Armenteros, le impresionó tanto aquella intervención que le animó a compartir su experiencia con un joven estudiante que ya había pasado por las manos de tres psiquiatras madrileños muy conocidos. Los tres le habían asegurado a la señora Méndez que la homosexualidad era una simple enfermedad para la que existían curas eficaces. Desde la hipnosis hasta los electrochoques, Eduardo había experimentado todo un catálogo de soluciones terapéuticas que había dado sus frutos, depresión, insomnio, anemia, ansiedad. Aquel cursillista había transitado antes que él por el mismo camino, y sin reconocer explícitamente que su arrepentimiento era fingido, una simple estrategia para sobrevivir, le recomendó que se ingresara una temporada en el Sanatorio Esquerdo, una clínica privada rodeada por un inmenso pinar, en las afueras de Carabanchel”.



Como sucede en muchas otras novelas de Almudena Grandes y muy especialmente en esta serie de “Episodios de una guerra interminable” veremos que lo único que queda al ser humano, aún en las situaciones más vejatorias y adversas es la dignidad. En esta novela se aprecia con mucha claridad en muchos de los personajes que actúan con dignidad. En concreto vemos cómo uno de los personajes (y no doy más pistas para no reventar la novela, nada más lejos de mi intención) es capaz de enhebrar este canto a la dignidad:



“España es mi país, padre Armenteros —a cambio, sonreí yo también—, por mucho que le joda. Ya sé que le habría gustado que los suyos acabaran con todos los españoles como yo, pero no pudieron, y no fue porque no lo intentaran, desde luego. Así que España es tan mía como suya, aunque no le guste. Usted no es más español que yo. Y no tiene ningún derecho a opinar sobre si mi país me conviene o no. Eso lo decidiré yo, si no le importa”.



Comenzaba la redacción de este análisis literario confesándoos mi desasosiego al no suscribir el excesivo entusiasmo, por parte de la crítica especializada, a la hora de analizar “La madre de Frankenstein”. Intentaré aclarar el porqué de mi divergencia con esa opinión casi unánime. Es indudable que este texto es una buena novela, qué duda cabe. Es casi imposible que una autora del conocimiento técnico, del oficio y del talento de Almudena Grandes haga una “mala” novela. En mi opinión una de las causas que hace de este texto una novela “imperfecta” (valga la expresión) sería su excesiva extensión. En concreto me refiero a que, insisto, siempre en mi opinión, en este largo río narrativo la autora nos propone algunos meandros superfluos y que solo contribuyen a disminuir el caudal (el interés narrativo) y la calidad del texto. En concreto hay una larga digresión, una hebra narrativa, que en mi opinión no aporta absolutamente nada y entre unas cosas y otras se prolonga durante decenas de páginas de la novela (por respeto a la autora, por supuesto, me vais a permitir que no reviente la novela comentado a qué subtrama me refiero, pero estoy seguro, amigo lector, que después de leer el libro, cuya lectura recomiendo, entenderás a qué me refiero). Pues bien esos momentos magníficos, esas grandes cumbres narrativas, se ven mezcladas por profundos valles que, como en el caso al que me he referido, solo provocan oscuridad y, para mí, un cierto hastío: largas subtramas que poco o nada aportan a la historia principal que se narra. Y este es un problema que observo muy a menudo en la literatura actual. Dicen las leyendas urbanas que son los editores lo que fuerzan a los autores para que escriban libros más voluminosos, por incompresibles razones para mí de marketing y venta. No sé a ciencia cierta si esta leyenda urbana tiene un sustento de realidad o no, pero lo que sí que puedo afirmar es que esta “buena” novela podría haber llegado a ser “excelente” con cien páginas menos. Siento tener que discrepar con la crítica especializada pero, para ser fiel a mí mismo y por respeto a todos vosotros, esta es mi modesta opinión.



Ya para terminar esta larga reseña y eso que he hecho propósito de no extenderme tanto, algo utópico tratándose de un texto tan rico en matices, y a modo de resumen, me gustaría hacer hincapié en algunos puntos nucleares. No es un descubrimiento si digo que Almudena Grandes es una grandísima escritora y que novela tras novela nos demuestra su capacidad narrativa y su depurada técnica. Recursos técnicos que, a poco que se profundice en su análisis, nos muestran cómo le ayudan a solventar, con mucha variedad y elegancia, las dificultades propias de un relato a tres voces y con constantes saltos temporales y espaciales. Su delicadeza y sensibilidad para dotar de vida a personajes tan complejos y difíciles como el de Doña Aurora Martínez Carballeira que dada su enfermedad mental resulta tan difícil de insuflarla vida y, sobretodo, credibilidad. Y, hablando de personajes, cómo no citar uno de los personajes más encantadores de la novela y su progresión y crecimiento a lo largo del texto como es el de María Castejón. Y por último comentar que Almudena Grandes es una autora que sabe insuflar verdad y vida a sus relatos, algo que, por desgracia, cuesta cada día más encontrar en la literatura actual.




Dicho todo lo cual y considerando todos los méritos aducidos, y atendiendo a todas la razones expuestas con anterioridad creo que la puntuación más ajustada y que más justicia hace a “La  madre de Frankenstein”  (5ª novela de la serie “Episodios de una guerra interminable”) de la escritora madrileña Almudena Grandes sería de un 8,00/10.




Otra reseña de Almudena Grandes

El lector de Julio Verne