domingo, 7 de junio de 2020

Ava en la noche. Manuel Vicent

Título: Ava en la noche.
Autor: Manuel Vicent
Editorial: Alfaguara.
Colección: Hispánica
ISBN: 978-84-204-3563-3

Páginas: 256
Fecha de publicación: 4 de junio de 2020.
Precio: 18,90 €





“Aunque nada se pueda hacer para que vuelva la hora de
aquel esplendor en la hierba y la gloria en las flores,no
 debemos afligirnos porque la belleza subsiste en el recuerdo”
(Oda a la Inmortalidad. William Wordsworth)





Creo que hoy, con este análisis que me dispongo a escribir, y después de más de 120 libros ya reseñados, se hace, por fin, justicia al invitar a este blog a D. Manuel Vicent uno de los más grandes autores que tenemos en el panorama literario actual. Un escritor original dotado de una sensibilidad artística más que notable que, de nuevo, en “Ava en la noche” nos vuelve a mostrar su exquisita finura para sumergirnos en un nostálgico y retrospectivo viaje a esa época, aún “color ala de mosca”, de finales de los cincuenta y principios de los sesenta en la España franquista. D. Manuel, a pesar o más bien gracias a su edad, 84 años recién cumplidos, nos deja un libro fascinante, con algunos momentos francamente sobresalientes que nos retrotraerán a aquella época gris con olor a “berza y repollo” de sueños y anhelos proyectados en las pantallas de los cines. Una novela imprescindible para entender aquellos años desde los ojos de las personas humildes, como el protagonista, que a pesar de vivir encerrados dentro de un país (valga el oxímoron), sin embargo, su imaginación y su espíritu luchan por volar libremente desasiéndose de la brutal realidad. Sobre este tema en particular me extenderé un poco más a lo largo de este análisis.



En primer lugar, como es habitual y por seguir una cierta metodología analítica creo que lo más indicado, llegados a este punto, es pergeñar una breve sinopsis de la novela “Ava en la noche” con la loable intención de encuadrar y centrar el objeto de nuestro análisis.



“«Perseguía dos sombras: la de Ava Gardner y la del asesino José María Jarabo. La búsqueda de la belleza inasequible abrazada a la maldad.»


David, un joven que ha pasado los primeros años de su vida respirando el aire del Mediterráneo, abandona su ciudad para establecerse en Madrid y cumplir un sueño: conocer a Ava Gardner y convertirse en director de cine. A su llegada se presenta en la Escuela de Cinematografía decidido a pasar las pruebas de acceso.


Son los primeros años sesenta y en España todo un mundo relacionado con el arte, el cine y la literatura disfruta noches llenas de glamour, divertidas y extraordinariamente libres. Noches de cine a las que siguen días en que la realidad del país se ahoga cubierta por la pátina oscura y represiva de la dictadura franquista.


Ficción y realidad se entrecruzan en esta novela ambientada en la reciente historia de España. Con su maestría habitual, Manuel Vicent retrata en Ava en la noche la inestable frontera entre un tiempo oscuro y en declive y otro que, con los primeros vientos de cambio, ya empieza a asomar en el horizonte”.



D. Manuel Vicent es un escritor que tiene un estilo muy propio y personal que le hace perfectamente reconocible en todas sus novelas. Basta coger cualquiera de sus obras y después de leer sus primeras páginas ya resulta evidente y palmaria su autoría. Y esa es, en mi opinión, una de sus principales virtudes: la originalidad de su escritura y su manera de tratar el material narrativo. En “Ava en la noche” el autor nos va a plantear una narración en dos planos, por así decirlo. Un plano objetivo que sería la dureza de la realidad de la existencia y, por otra parte, un segundo plano subjetivo que serían los sueños e ilusiones del protagonista. En ese plano subjetivo tiene algunos momentos francamente interesantes como, por ejemplo, la escena ante la estatua del ángel caído en el madrileño parque del Retiro bajo los efectos de un cigarrillo de cannabis, resuelta con un brillante relato entre surrealista y onírico. Después de su lectura no pude evitar rememorar aquella famosa frase de William Shakespeare que en su comedia “La tempestad” pone en boca de su personaje Próspero que, a mi parecer, y por analogía, nos da la clave interpretativa de David, personaje protagonista de la novela.



“Los actores, como ya te dije, eran espíritus y se han disuelto en aire, en aire leve, y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía, las torres con sus nubes, los regios palacios, los templos solemnes, el inmenso mundo y cuantos lo hereden, todo se disipará e, igual que se ha esfumado mi etérea función, no quedará ni polvo. Somos de la misma sustancia que los sueños, y nuestra breve vida culmina en un dormir”



“Ava en la noche” es una novela claramente deudora del neorrealismo cinematográfico. En algunos momentos de la narración veremos que el autor va a utilizar una “gramática” claramente cinematográfica dando paso a un lenguaje más visual. De hecho, de un modo explicito, el autor homenajea a Berlanga y, especialmente, a su magnífica película “El verdugo” (creo que además fue muy injustamente incomprendida cuando se estrenó) que es tan sumamente importante en toda la trama de la novela. Es tan importante que, si me permitís la broma, creo que esta novela se podría titular “Ava en la noche o el Verdugo de Berlanga”. Pero obviamente la elección que hace el autor de este título emblemático de Luis García Berlanga no es casual. “Ava en la noche” es una relectura, un homenaje, un trasunto literario a “El verdugo” que a su vez lo es de aquella asfixiante y encorsetada sociedad. Por esta misma razón por ese uso especular y vertebrador con la película de Berlanga D. Manuel Vicent utilizará una prosa que abundará incidiendo en la ampulosidad de un léxico sensorial ubérrimo que buscará atraparnos más que a través de las palabras a través de las imágenes, los olores, los sabores… No puedo resistirme en transcribir un párrafo de la novela en la que se ejemplifica esa sensorialidad:






“Ahora, en la puerta de algunas cafeterías de la Gran Vía habían comenzado a girar ensartados unos pollos al ast que rezumaban grasa, y algunos peatones menesterosos como aquel Carpanta del tebeo, que no podían permitirse el lujo de zamparse ni siquiera una alita, se conformaban con acercar las manos a ese tinglado solo para coger el calor que expandían los hilos incandescentes, y luego se chupaban los dedos con sabañones, empapados con el sabor a grasa. Otros madrileños se detenían ante los escaparates de las tiendas de electrodomésticos donde se sorprendían como niños ante el milagro de verse en las pantallas de los televisores de distintas marcas. Y se saludaban a sí mismos o hacían payasadas en la acera sintiéndose actores”.



Después de la lectura atenta de la novela no he podido evitar recordar a un antiguo alumno de escritura creativa. Este muchacho se jactaba de poder escribir sin haber leído un libro en su vida y argumentaba que las lecturas lo único que hacen es “deformar” (sic) .el talento de los escritores. Sin embargo, lamento discrepar con él, las lecturas son fundamentales para entender la técnica del oficio literario. Mucha gente opina que los poetas son personas con una sensibilidad extraordinaria, por ejemplo, para el amor. Pero, en mi opinión, eso no es así. Con toda seguridad hay muchísima gente puede es mucho más sensible que ellos. La única diferencia es que ellos, los poetas, tienen el talento y la técnica para expresarlo con belleza. He utilizado esta digresión para avanzar en otro de los puntos de ineludible análisis. Es evidente que el autor es un hombre de una extremada cultura literaria. Cuando ayer cerré el libro tuve la impresión de que “Ava en la noche” es una obra que, como la mayoría de los grandes libros, bebe de la fuente de la literatura castellana que es “D. Quijote de la Mancha”. El protagonista, David, es un personaje idealista que buscará a su Dulcinea en la figura de Ava Gardner. Todo el mundo verá que su empeño es una locura, que esa Dulcinea de sus sueños nunca reparará en él, que esa Dulcinea idealizada es una mujer alcoholizada y mundana… De hecho al final de la novela, sentado en el cine viendo el estreno de “El verdugo” asistirá a su particular duelo con el caballero de la Blanca Luna en la playa de la Barceloneta. Me resisto a transcribir el final de la novela, para no reventarla, pero sí os puedo decir que es bellísimo.



El autor nos va a plantear en “Ava en la noche” una narración en la que nos va a contraponer varios hechos, varias realidades que van a ir contrapunteando todo el texto. Por una parte la vida de lujo e irrealidad representada por Ava Gadner y todo ese mundillo del cine y de “glamour” y, por otra, el ajusticiamiento por garrote vil de José María Jarabo. Me imagino que muchos lectores desconozcan la historia de aquel cuádruple crimen perpetrado por Jarabo que tantos ríos de tinta vertió a principios de los sesenta (recomiendo la lectura del libro para profundizar en aquel hecho verídico). Pues bien esas dos realidades expresan, con bastante acierto, ese choque entre la modernidad y la antigüedad, entre la libertad y la represión… Ruego al lector que repare en el último párrafo que transcribo y disfrute de su belleza plena de recursos e imágenes y cómo el autor refuerza la “cosificación” de los detenidos.



“Si iba a ser director de cine, David debería saber que todas las estrellas usaban ya jabón Lux y no Heno de Pravia, cuyo perfume llevaba a los viejos aguamaniles de la abuela. En los televisores de tubo en blanco y negro cubiertos con una cortinilla y coronados con unas flores de plástico se anunciaban los primeros frigoríficos y se recomendaba a las amas de casa un detergente que después de lavar los platos dejaba las manos suaves para la caricia nocturna. El Seat 600 había dejado paso al Dauphine y este al Renault Dos Caballos, muy amado por los incipientes progresistas. Pero el sueño de David era tener un descapotable con un claxon que sonara con una musiquilla tatá taretá tatá, como lo hacía el de Vittorio Gassman en la película Il Sorpasso. Esa escapada era el símbolo de la modernidad. Huir, huir sin sentido alguno en medio de una ciudad vacía hasta caer en el acantilado. Cantaba Gloria Lasso la luna de miel y las parejas pegadas con un sudor de colonia Myrurgia bailaban los boleros de Nat King Cole y de los Cinco Latinos en el Elefante Blanco, en Micheleta, en Gayango, en la parrilla del Rex, y aquellas chicas de faldas tubulares se ponían muy tiernas e incluso se dejaban morrear cuando sonaba el saxo con la melodía de «Petite Fleur».


Por lo demás seguía declarado el estado de excepción debido a la huelga de los mineros de Asturias, la policía social estaba pasando la lima del siete por los bajos de la clandestinidad y con ayuda de delatores de dentadura mellada descargaba cada día una gran cosecha de estudiantes sospechosos en los sótanos de las comisarías”.



D. Manuel Vicent es un escritor minucioso y detallista que siempre muestra en sus libros esa delicadeza tanto desde un punto de vista formal, con una prosa ubérrima, como en la construcción del propio relato. Me gustaría destacar un par de escenas de la novela que sirven para ejemplificar el talento del autor ante dos situaciones totalmente antitéticas. Por una parte el relato ambientado en el café Gijón, donde aparecerán, entre otros, Edgar Neville, Miguel Miura, el actor Enrique Guitart, Pepe López Rubio, Fernando Fernán Gómez, etc…, en el que el autor nos va a narrar la peripecia del león y del mono Manolo. Se trata de un fragmento costumbrista escrito con muchísimo sentido del humor, pero a la vez con ese indefinible sentimiento de desamparo: “A partir de ese día, el mono Manolo se hizo el dueño y señor del Café Gijón, y el lance del león fue suficiente para que David fuera admitido como pasajero con todos los honores en aquella barcaza de náufragos hambrientos de gloria y de pepitos de ternera”. La otra escena, en clara contraposición con la anterior es el relato del encarcelamiento de David en los calabozos de la Puerta del Sol en la que el autor nos hará una descripción desgarrada del uso de la brutalidad. Pero, y ahí vuelve de nuevo el parentesco de David con D.Quijote encontrará una manera de sobreponerse y sublimar tanto dolor:



“David recordó la historia de un prisionero que había pasado el resto de su vida en una mazmorra. Quienes pudieron contarlo decían haber tenido la sensación de que el tiempo se había fundido y solo quedaba el espacio frente a un muro que estaba a solo dos metros de distancia iluminado por una alta aspillera, y que ese horizonte acababa por penetrar en el cerebro a través de los ojos cerrados. En ese muro, algunos prisioneros habían arañado con las uñas negras versos sublimes y blasfemias impronunciables, habían expresado sus sueños de libertad rubricándolos con lamparones de esperma, pero el prisionero condenado a cadena perpetua ideó la única forma que tenía de escapar: dibujó en el muro de la mazmorra una ventana abierta a un paisaje de palmeras con un mar al fondo y a través de ella había logrado fugarse hacia dentro de sí mismo. David llegó a la idea de que era posible navegar hacia una isla del tesoro en un velero a su antojo sobre un mar de dulzura, sin abandonar esta maldita celda de la Dirección General de Seguridad iluminada por una alta bombilla polvorienta fuera de su alcance”.



Ya, por último y para terminar esta larga reseña, sí me gustaría incidir en algunos aspectos que entiendo fundamentales a la hora de estudiar esta novela. “Ava en la noche” es una novela deliciosa escrita con mucho talento y oficio. Fiel a su estilo se puede apreciar el uso habitual de sus antítesis y dualidades y el uso de prosa suya plena de carnalidad y sensualidad meridional. En esta novela objeto de estudio el autor nos muestra algunas escenas realmente sublimes que nos emocionaran, nos harán sonreír o, simplemente, que no es poco, nos dejarán en un clamoroso silencio pensativo. Tal y como ocurre en el Quijote, cuando terminemos la lectura siempre nos quedará la duda razonable de dónde está esa inapreciable línea que separa la realidad de la ficción, lo veraz de lo falaz. Esta “duda razonable” aparece en muchos lugares de la novela. Como colofón de este análisis os transcribo este fragmento que siempre nos dejará en duda de si este diálogo de Luis García Berlanga y del protagonista fue la auténtica génesis de la película “El verdugo”



“Vamos a ver, en nuestra tierra la gente tiene mucha imaginación. Hagamos una prueba: cuéntame aquí de pie, en un minuto, una historia para un guion. Como se hace en Hollywood. Ya sabes, allí pagan una pasta por una buena idea.
—¿Una idea?
—Eso es. Sin pensar. Lo primero que se te ocurra.
—Pues… No sé… A ver… Se trataría de un verdugo pusilánime a quien el propio reo tuvo que darle ánimos en el momento de manejar el garrote —dijo David al recordar, de pronto, la ejecución de la envenenadora de Valencia”.



Dicho todo lo cual y teniendo en cuenta todo lo expuesto más arriba e intentando ser lo más fiel posible a mi conciencia y a modo de entender el arte de la literatura, creo que la puntuación que más justicia haría a “Ava en la noche” del gran escritor castellonense D.Manuel Vicent sería de un 8,25/10.

(Para ilustrar esta reseña os dejo un curioso reportaje sobre el rodaje de la película "55 días en Pekín" que rodó en Madrid Ava Gardner)






3 comentarios:

  1. Hola, soy Marybel y es la primera vez que visito tu blog.
    No he leído a Manuel Vicent por lo que no puedo emitir ningún juicio pero si conozco a Ava Gardner. Me encanta esta mujer, lo mismo que su desmesura. Femme fatale, desprolija en todo lo que hacía (fumar, bailar, beber); elegante como ninguna en su manera de cruzar las piernas o entrecerrar esos ojos felinos. No pudo evitar ser un símbolo erótico. Te recomiendo un documental de Isaki Lacuesta titulado "La noche que no acaba". Refleja muy bien todos esos matices que describes en tu reseña.
    Yo también tengo un blog (Anonyma Veneciana) te dejo el enlace por si te apetece visitarme.
    https://anonimaveneciana.blogspot.com/
    Muy buena reseña.
    Un abrazo

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  2. Bienvenida a tu casa Maribel. Te recomiendo que leas esta novela. Por mi parte intentaré buscar y ver el documental de Isaki Lacuesta que debe ser muy interesante.
    Saludos y gracias

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  3. Yo sí he leído varios libros de Manuel Vicent además de muchos muchos artículos periodísticos suyos. Lo que me ha dejado boquiabierto es que Vicent tenga ya 84 años, ¡madre mía cómo corren los días!
    Vicent siempre es un autor interesante. Que en este caso enlace su estilo con el neorrealismo cinematográfico y el asunto además vaya por esos derroteros es un aliciente más para leer este libro.
    Un beso

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